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El odio no se arregla con un Código Penal

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No existen soluciones mágicas, ni proyectos de ley absolutamente inviables, para enfrentar la escalada de odio y violencia desatada por la derecha. Mejor sería que, con todas sus contradicciones y errores, el Frente de Todos se dedicara a reentusiasmar a los desencantados con medidas ligadas a las urgencias populares.

Eduardo Aliverti

Por Eduardo Aliverti

Ni la gira de Sergio Massa por los centros de poder con sede en Estados Unidos, ni el dólar-soja, ni el ajuste, ni más índices inflacionarios espantosos, ni nada de nada salvo por la atracción mediático-pasajera de que se murió la monarca británica, pueden parar aún lo insuflado por el intento de matar a Cristina.

En el consabido y minoritario ámbito ultrapolitizado, y en los medios tradicionales junto a las redes y foros con que se retroalimentan, el tema es ampliamente dominante.

¿Está mal que sea así, porque lo económico es el sufrimiento y/o la preocupación prioritaria de la gran mayoría social?

¿Acaso la proyección de qué sucederá con el bolsillo de “la gente” no subsumirá, más temprano o más tarde, a (casi) todo otro hecho?

Sí.

Pero eso no quita que ciertos debates, por mucho que resulten ajenos o abstractos para las premuras populares (no es el caso del atentado contra CFK, desde ya), son necesarísimos.

De lo contrario, acontecería que sólo cabe discutir lo que impone la lista temática de quienes la arman (se recomienda la contratapa de Fernando D’Addario, “La democracia de los copos de azúcar”, publicada el viernes pasado en Página/12).

Con el intento de asesinar a Cristina; de sugerir o directamente vomitar que fue un autoatentado; de que le sirve para victimizarse; de que la construcción de un relato del odio reemplaza al que el Gobierno no puede tener sobre la marcha de la economía; de que no hay otro elemento que un grupúsculo de lúmpenes (de paso: al principio era uno solo, después fueron dos, ahora son “Los Copitos” y sospechas de intervenciones serviciales), pasa de fondo algo más sustantivo que si tendrá efectividad la reconstitución de las reservas monetarias, la aprobación del Fondo Monetario a las cuentas del segundo trimestre, que el BID liberó créditos y que, por tanto, Massa va logrando estabilizar “la macro”, aunque si es por la inflación no hay tierra a la vista.

Lo que hoy aparece como amesetamiento de las tensiones económicas mañana volverá a ser pico y después curva hacia abajo y así alternativamente, al igual que la suba o baja del dólar blue o cuánto liquidará “el campo” de sus pertenencias.

En cambio, de qué hablamos cuando hablamos del odio político trasciende a los vaivenes de la economía.

El sociólogo Daniel Feierstein, a partir de las muchas preguntas, dudas e inquietudes sobre la transformación del escenario, surgidas desde la tentativa de magnicidio, abrió en Twitter el primero de una serie de hilos que particularizará en las próximas semanas y del que Página/12 reprodujo un extracto.

Señala que hay, como mínimo, el efecto de cuatro tipos distintos de transformaciones sociales.

Subrayado que están en crisis articuladas los modelos de trabajo, de las estructuras familiares y de género, de los medios de comunicación, de los modelos de “verdad”, de cómo se constituye el “sujeto”, el “nosotros”, “la comunidad”, Feierstein resalta que la consecuencia es el aumento feroz del narcisismo. Y de las dificultades para el registro del otro en lo político, afectivo, familiar, barrial, laboral.

Va en el mismo sentido de lo ya citado aquí por los apuntes reiteradamente imprescindibles de Jorge Alemán, quien en la entrevista de Oscar Ranzani, publicada también en este diario, el jueves pasado, refuerza que el triunfo neoliberal es la gestión del cerebro como si fuese una empresa (el “management del alma”). Y que eso no está solamente en la clase dominante, sino también en los sectores explotados y oprimidos. Podría agregarse que está cada vez más en esos sectores. “Nosotros hemos quedado del lado de los argumentos, de lado de las restricciones, del lado de que hay que renunciar para el bien común”. Y del otro lado, la derecha desinhibida.

Tras enunciar que lo segundo es cómo se transformó el sistema de acumulación, basado en que el grueso de las ganancias ya no se explica necesariamente por el plus de valor obtenido en el proceso productivo; y que lo tercero es el surgimiento de una nueva derecha neofascista, Feierstein acentúa que estamos viendo un quiebre de los consensos edificados en la post-dictadura argentina, “que establecieron implícitamente unas reglas de juego político en las que el límite del conflicto era el respeto (cuanto menos declarativo) por la vida del otro”.

“La desaparición de Santiago Maldonado, en agosto de 2017, creó un quiebre: por primera vez, sectores del Gobierno y medios de comunicación no repudiaron el hecho. Lo negaron. Distorsionaron. Legitimaron. Espiaron a familiares. Sancionaron a docentes que lo mencionaban”.

“Cuando la realidad no se ajusta a nuestras estructuras de comprensión tendemos a enojarnos con la realidad. A ignorar los datos. O a encontrar algún responsable a mano que tenga la culpa de lo que nos pasa, y en quien podamos descargar nuestra angustia”.

Y entonces, “nos refugiamos en la insistencia de que nada ha cambiado y esto es sólo un hecho excepcional (un “loco suelto”). O buscamos salidas rápidas y mágicas (sancionemos una ley contra el odio, hagamos un Pacto de la Moncloa, bajemos todos un cambio, gritemos todos nunca más, etcétera). La coyuntura política plantea desafíos urgentes pero si, a la vez, no trabajamos colectivamente para entender de qué están hechos, no podremos desarrollar estrategias eficaces para enfrentarlos”.

A esa búsqueda inútil de fórmulas instantáneas y prodigiosas que señala Feierstein puede adosarse la pretensión de que se reponga así como así la ley de Medios desguazada por el macrismo, como si se tratara de que un instrumento que era aplicable a dispositivos convencionales -y que el propio kirchnerismo no implementó- tuviese la propiedad de resolver un clima de violencia (y como si la letra de esa misma ley no se hubiera encargado de descartar cualquier tipo de mecanismo de censura o intrusión en las líneas editoriales de los medios).

Damián Loreti, uno de los mayores especialistas del mundo en Derecho a la Información y, justamente, coautor de la ley de Medios sancionada en 2009, planteó en declaraciones a Radio Nacional Neuquén que “esto no lo arregla el Código Penal”. Y que hay límites ante los cuales debemos preguntarnos “a qué Justicia le vamos a pedir qué cosa” porque, si es por eso, ahora denunciaron por violencia colectiva a quienes cantan sobre el quilombo que se va armar si la tocan a Cristina.

Como presunción personal, es cierto que lo que vaya a ocurrir con la economía atenuará o fomentará las pulsiones de odio que, en Argentina, tienen la peculiaridad de estar atravesadas históricamente por lo que despierta el peronismo (aun cuando gobierne un peronismo que no significa amenazas mayores para las patronales ultraconcentradas).

Pero también es cierto que sólo a través de mejorar y desarrollar experiencias como las del Frente de Todos, en su acepción de alianza integradora, podría -sólo podría, remarcado el potencial- encararse alguna disputa con probabilidades de precisamente eso: disputar.

Mejor sería, ya dicho hasta el cansancio, que, con todas sus contradicciones y errores a cuestas, ese Frente se dedicara a reentusiasmar a los desencantados con medidas efectivamente ligadas a las urgencias populares, comunicadas como se debe.

Entrar en el palo por palo con la derecha, acerca de quién es más potente para elevar la voz contra orígenes e implementación del odio, no hace más que banalizar al odio mismo.

Si pretende superarse el marco de demandas tribuneras, hay que hacer política. No poesía declamatoria.

Y, por las dudas, la primera que empezó a advertirlo es Cristina, en su convocatoria constante a ponerse de acuerdo en unas políticas de Estado superadoras de la coyuntura.

Al odio podría recortárselo con eso. No con el Código Penal, ni con proyectos de nuevas leyes muertas antes de nacer y, lo peor, capaces de nutrirlo más todavía.


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Mondino y su brutalidad: «Los chinos son todos iguales»

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La ministra de Relaciones Exteriores exhibió su intelecto en la cumbre de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que se celebra en París. Allí confesó que no puede distinguir las profesiones de los orientales porque, para ella, tienen el mismo aspecto físico. Lo hizo después de mantener una gira justamente por China, con la intención de negociar el swap con el gigante asiático.

La canciller Diana Mondino se refirió este jueves a la base china en la Argentina. Lo hizo al ser consultada por la presencia de militares del gigante asiático. Mondino respondio con total brutalidad: dijo que no se pudo identificar si participan civiles o militares porque «son todos chinos, son todos iguales».

La cuestión hace al realineamiento argentino con los Estados Unidos. Javier Milei quiere emular las relaciones carnales que mantuvo Carlos Menem en los años 90. Es por eso mismo que, desde hace semanas, el Gobierno nacional amaña todo lo referido a la base científica que nuestro país comparte con China en Neuquén, al punto de mandar una delegación a investigar si se haya algo oculto, pese a que el gigante asiático comparte todos los resultados de las investigaciones con los organismos nacionales.

En ese contexto, Mondino aseguró este jueves que «los chinos son todos iguales», al señalar que no habían identificado a personal militar en la base espacial de ese país en Neuquén. «Los que fueron de investigación no identificaron que hubiera personal militar. Son chinos, son todos iguales», indicó la ministra de Relaciones Exteriores en declaraciones a Clarín.

La frase surgió ante una pregunta sobre si se había identificado personal militar en la base ubicada en la Patagonia argentina, en la que puso especial atención el gobierno de los Estados Unidos y fue tema de conversación con la generala del Comando Sur, Laura Richardson, a principios de abril.

«Ya se han hecho inspecciones en la Estación Espacial China y la Europea. Fue el mismo equipo a ambas y en la misma semana, esos equipos no percibieron nada raro», explicó Mondino.

Pato criollo

No es la primera vez que Mondino no logra ocultar su brutalidad. Semanas atrás, sentada en la mesa de Mirta Legrand, la canciller contó -con una sonrisa de dientes perfectos- por qué para ella es absurdo que los jubilados tengan acceso a un crédito: “Por definición todos algún día nos vamos a morir y si sos un jubilado de determinada edad casi seguro que te vas a morir”. Su argumento corrobora el ABC del gobierno libertario de monetizar la vida al máximo y que eso sea por definición el criterio de lo que sirve y lo que no, según cómo se venda o cómo se pueda pagar.

Pero se acumulan los casos. Por ejemplo cuando pidió que fogoneó a los trolls para que tengan más comentarios una respuesta que el tuit original de Andrés Manuel López Obrador. Ocurrió cuando el presidente mexicano denominó ignorante a Milei y una de las cuentas de las que suele tener interacción con el mandatario argentino (@usdtermo) desafió a que una foto de Milei iba a tener «más me gusta». En vez de apaciguar las aguas, esto publicó Mondino.

Y en el repaso también se pueden citar la vez que dejó un manto de sospecha -sin ninguna prueba- de supuestos «infiltrados» que iban a desestabilizar al presidente Javier Milei en su discurso de apertura en el Congreso o la vez que ni siquiera se puso colorada al apuntar contra Natalia Zaracho porque la diputada y cartonera -que nació en un contexto de vulnerabilidad social- no terminó el secundario.

Malvinas

La cuestión Malvinas merece un párrafo aparte. Suelta de lengua, Mondino dijo que las quejas formales del país contra Inglaterra son, apenas, «cartitas», y que si se tiene que enfrentar con su par inglés en lo relativo a Malvinas, lo mejor es hacerlo con sus «chicanas tuiteras». 

Lo hizo en una entrevista televisiva Ante la consulta de una periodista sobre las acciones de la Cancillería ante el viaje de David Cameron -ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido- a las Malvinas, la canciller dijo que «no había muchas opciones» porque «no pasan por territorio argentino para ir». «¿Qué le vamos a hacer, con un misil bajar el avión», comentó, con acento e intento de humor cordobés.

Cuando la repregunta estuvo orientada a por qué no hubo una queja formal del Estado nacional, Mondino adelantó su reflexión. «A un inglés reírse con el idioma inglés, le duele mucho más que una de las tantas cartitas que Argentina continuamente ha enviado», opinó y consideró que su chicana -había posteado, en Twitter, que le agradecía a Cameron su visita a la Argentina-, «le duele mucho más que otra cartitas más».

Hasta ahora se desconoce si alguno de los asesores con los que cuenta la ministra le soplaron al oído que ni el primer ministro de Inglaterra ni siquiera su canciller la siguen en la red favorita de los ultraderechistas. Es decir, quizás ni acusaron recibo de la «chicana». 

Antes de París, Pekín

Las últimas declaraciones de Mondino llegaron desde París, donde participa de un encuentro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Pero la canciller no llegó a Francia desde Buenos Aires sino, justamente, había pasado semanas en la capital china donde se se reunió con el canciller Wang Yi.

El motivo de la gira giraba en torno a recomponer las relaciones tras las provocaciones del Gobierno nacional, que iban desde las acusaciones del presidente (augurando que no iba a mantener relaciones con «comunistas) y de las fotos de la propia canciller con diplomáticos de Taiwán, un tópico sensible para la geopolítica del gigante asiático. Pero, sobre todo, estuvo marcado por la necesidad de que el Gobierno chino renegocie el pago del swap para no generar un sismo en las reservas monetarias argentinas.

La pelota ahora quedó en Pekin. Habrá que ver si toman estas últimas declaraciones como un mero comentario al paso o si resuelven tomar medidas drásticas, por ejemplo, revisar el historial de créditos y exigirle al país el pago efectivo e inmediato de los mismos: se podrían amparar que, para ellos, las deudas «son todas iguales».


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