SOCIEDAD
Para un compromiso a futuro en resguardo de la Patria


Desde niños sabemos –lo aprendemos porque lo indican prácticamente todas las pedagogías familiares argentinas– que en las más duras e inesperadas emergencias políticas nacionales es harto difícil alcanzar concordias. Y sobre todo y muy especialmente cuando aparecen liderazgos que antagonizan la vida colectiva basándose en mentiras y tironeos que se proponen específicamente disturbar a sociedades de por sí complejas y con historias y heridas de dolor y sangre todavía no cauterizadas.
En términos sociales, y en casos así, está casi cantado que la irritación social va a operar de maneras imprevisibles, al punto de que puedan esperarse polarizaciones conceptuales peligrosísimas. Y cuyos resultados, en casos extremos exacerbados por discursos de odio y medidas recalcitrantes, mostrarán los peores rasgos de la conducta humana. Por eso cuando las posiciones se bifurcan y extreman, la vida social es severamente afectada y las sociedades casi siempre se resquebrajan. El siglo 20, sin ir muy lejos, fue un doloroso muestrario de intemperancias y violencias de este tipo.
Y sin embargo a la vez, y paradójidcamente, desde que somos niños, o niñas, se nos inculca la necesidad y conveniencia de tejer redes de amistad y solidaridad con el prójimo. Lo que es irreprochable y por eso la educación familiar busca que con los años –y no sin participación del azar– aprendamos a sobrellevar los episodios más desdichados de la vida en sociedad. Y es así como, tanto en planos individuales como familiares, y desde luego sociales y colectivos, los más variados episodios formatean vidas y conductas.
Pero las cuales también pueden devenir violentas, incendiarias y decisorias para nuestras vidas, porque, como miembros de tribus democráticas de fragilidad variada y variable, estamos expuestos a polarizaciones extremas que los avances tecnológicos saben exacerbar y cada vez con mayor sutileza y cinismo. De manera que no todos los sujetos sociales –interactuantes cuando las sociedades se resquebrajan o se dividen– responden de igual modo a los diferentes estímulos.
Lo anterior adquiere particular gravedad cuando las sociedades se quiebran, los intereses colectivos divergen y los opuestos se tornan irreconciliables partiendo en dos o más fracciones a determinados núcleos sociales. Así, dividiendo reinos y repúblicas, violentando posiciones y/o mal disponiendo a los más variados colectivos, pueden presagiarse y/o concretarse horribles resultados.
Todo lo anterior, por cierto, no pretende ser más que un intento de descripción de los posibles resultados que pueden darse en sociedades en las que se proponen, o imponen, disensos extremos. Por eso es cierto que hay que resistir, nomás, y pacíficamente. Como cierto es que lo sabio es no caer en provocaciones y mantenerse en modo serenidad lo más que se pueda. Cierto y necesario, desde ya, pero cuando a la par el paisaje político y sobre todo social muestra empecinadamente el desguace de la Patria, todo se dificulta, y gravemente, por lo menos hasta que los tipos que hoy gobiernan mañana se vayan.
Porque se van a ir. Porque no van a soportar la fuerza popular de todo un pueblo repudiándolos, y por más banca y apoyo que tengan de sus patrones, que no son otros que los voraces lobos del mundo financiero internacional, hoy ya instalado en nuestra república. Y que como todos los depredadores del mundo al cabo se van a ir. Aunque es probable que dejándonos tierra y economía arrasadas. Por eso ya, desde ahora mismo, es urgente preparar la recuperación democrática de la Patria, que inexorablemente será por vía electoral, pacífica y –eso sí– eligiendo mejor la próxima vez. Pavada de pedagogía cívica la que le espera al sistema de partidos de la Argentina.
No hay otras opciones, y todas trascendentes: como pueblo ser aún más solidarios con los necesitados; más pacientes con los confundidos que votaron esta porquería y mucho más exigentes e implacables con los diputados y senadores blandengues y traidores que desde el primer día se aplicaron a negociar con La Bestia y sus lameculos, todos soberbios, necios e infames. Y a quienes desde ahora mismo hay que aplicarles, sin tregua, todo el castigo de la Memoria en lucha ideológica sin cuartel.
Por eso la tarea de la hora es no sólo repudiar sus inconductas, sus traiciones, sus miserables miedos y repugnantes corruptelas, sino también identificarlos y señalarlos uno por uno y una por una como lo que son: infames traidores a la Patria.
Y es claro que para tan ardua y magnífica tarea el pueblo todo deberá mantenerse unido para resistir mejor. La tarea ya ha comenzado. Con paciencia y sobre todo con firmeza, se trata de crear conciencia y unir voluntades; se trata de ser solidarios con el pueblo trabajador, lo que es decir con millones de mujeres y hombres, veteranos y jóvenes con los que vamos a resistir entre tod@s a la repugnante Bestia Autoritaria, así como a tod@s y cada un@ de sus lacayos.
Claro que habrá que esquivar repugnantes trampas y provocaciones, y saber hacerlo pacíficamente. Habrá que tener autoprohibido caer en celadas políticas. Y para eso –obvio!– será imperativo no dialogar con la Bestia en su jaula ni en sus ámbitos, porque no se dialoga ni se acuerda con cipayos y porque nosotros no olvidaremos ni perdonaremos jamás la sesión de un sólo centímetro cuadrado de Territorio Nacional ni de aguas soberanas.
Por eso mismo tampoco hay que aceptar –y sí repudiar para siempre– la usurpación de las Malvinas y de todas nuestras Islas del Atlántico Sur y también el territorio Antártico y las aguas del Río Paraná y, así, todo el sistema hídrico argentino, con sus miles de islas y canales. Nunca más un presidente que, como ya es obvio, en realidad odia a la Argentina.
También por eso será desautorizada toda cesión territorial que haga este gobierno, dicho sea en el sentido de que no se respetará ninguna renuncia territorial, ni medida alguna que afecte o disminuya los Derechos de Soberanía del Pueblo Argentino vigentes a Diciembre de 2023. Así, ninguna decisión antinacional del gobierno encabezado por Javier Milei será tenida por válida ni obligará a futuras autoridades y gobiernos.
Hay que dejar en claro que toda decisión dispuesta por la actual administración cipaya en favor de empresas, corporaciones, bancos, lobbies y asociaciones de usurpación, no serán toleradas. Al menos en lo que de este columnista dependa.
Y es que hagan lo que hagan, y aunque destruyan y manchen todo lo que ya están mancillando, por vías jurídicas o fácticas, nada de eso significará que el Pueblo Argentino acepte mutilación de soberanía alguna ni la formalización de nada que haya sido entregado. Por eso no se aceptarán hechos consumados ni falsas documentaciones, ni pruebas espurias ni reclamos de ninguna naturaleza. El único destino de nuestra Nación será, y para siempre, el de la unidad territorial, la fraternidad popular, el trabajo honrado y el resguardo de la Paz y la solidaridad latinoamericanas.
RIO TURBIO
20 de junio ¿por qué celebramos el Día de la Bandera?

A 205 años del fallecimiento de Belgrano, la Argentina celebra el Día de la Bandera. Por qué se eligió esta fecha, cómo nació el símbolo patrio más reconocido y qué lugar ocupa hoy en la construcción de la identidad nacional.
Por Dr. Cristian Baquero Lazcano
Cada año, cuando el invierno apenas asoma y el calendario marca el 20 de junio, la Argentina entera detiene su marcha. Las aulas, las plazas, los medios de comunicación y los discursos institucionales se visten de celeste y blanco. El Día de la Bandera no es solo una evocación protocolar, es una cita con la historia y con la identidad.
La fecha fue establecida por ley en 1938, como homenaje al fallecimiento de Manuel Belgrano, creador de la enseña patria, ocurrido el 20 de junio de 1820. Pero la elección no fue casual ni improvisada, fue una forma de dar visibilidad y reconocimiento tardío a uno de los hombres más lúcidos, comprometidos y silenciosos de la emancipación sudamericana.
¿Por qué el 20 de junio?
Belgrano murió en soledad y sin honores oficiales. Aquel 20 de junio de 1820, Buenos Aires atravesaba una de las mayores crisis políticas de su historia, las provincias estaban en conflicto, las autoridades se disputaban el poder, y el deceso del prócer pasó prácticamente inadvertido. No hubo exequias de Estado ni luto nacional.
Recién en el siglo XX se saldaría esa deuda simbólica con la figura del prócer. El 8 de junio de 1938, el Congreso Nacional sancionó la Ley 12.361, que instauró el 20 de junio como feriado nacional en homenaje a la bandera y a su creador. Desde 2011, por decreto, es un feriado inamovible. Y desde entonces, la fecha se transformó en una jornada de reflexión, promesa escolar y conmemoraciones masivas, especialmente en Rosario, donde la bandera fue izada por primera vez.
Una bandera que nació sin autorización
La bandera argentina fue creada el 27 de febrero de 1812, en el entonces villorrio de Rosario, en plena campaña del Ejército del Norte. Belgrano, al frente de las tropas, ordenó levantar una bandera que pudiera distinguir a los soldados patriotas en el campo de batalla. La escarapela ya había sido adoptada oficialmente días antes, con los colores blanco y celeste.
“Siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela nacional”, escribió Belgrano en su informe. El Triunvirato porteño, sin embargo, le prohibió seguir usándola. Pero el símbolo ya había calado hondo.
Del campo de batalla al aula escolar
Los primeros usos de la bandera fueron estrictamente militares. En una época sin uniformes ni divisas claras, era clave tener una insignia que permitiera distinguir aliados de enemigos. El color rojo, tradicionalmente asociado a los realistas, fue evitado de forma explícita por Belgrano.
Con el tiempo, la bandera ganó legitimidad popular y política. El Congreso de Tucumán la adoptó como símbolo nacional en 1816, y dos años después, en 1818, se incorporó el Sol de Mayo, inspirado en las primeras monedas patrias acuñadas en Potosí.
Este sol -con rostro humano y 32 rayos alternados- representa la Revolución de Mayo y marca el carácter de “bandera mayor” o de guerra, a diferencia de la versión sin sol, usada hasta 1985 por particulares.
Rosario, el corazón de la celebración
La ciudad de Rosario, donde Belgrano izó por primera vez la bandera a orillas del río Paraná, es la sede histórica de las celebraciones. Allí se erige el Monumento Nacional a la Bandera, inaugurado oficialmente el 20 de junio de 1957, con desfiles, discursos y presencia de autoridades. Desde hace algunos años, se sumó un símbolo colectivo de gran impacto, la bandera más larga del mundo, confeccionada por miles de vecinos y escuelas en tramos que se van uniendo hasta superar los diez kilómetros.
De emblema militar a símbolo colectivo
La bandera no es solo un paño, ni un accesorio ornamental. Es un emblema de pertenencia, un testigo silencioso de la historia y una señal de identidad cultural. Flamea en las escuelas, pero también en los balcones, los estadios, las movilizaciones, las tragedias y los logros deportivos.
Por eso, cada 20 de junio, la Promesa de Lealtad a la Bandera que realizan los alumnos de cuarto grado en todo el país adquiere una profundidad especial. No es una fórmula vacía. Es la primera vez que muchos niños se reconocen parte de una comunidad política que los trasciende.
Un legado que interpela
Belgrano no fue solo el creador de la bandera. Fue también un reformista ilustrado, defensor de la educación gratuita, promotor de la industria nacional y figura clave en el proceso de independencia. Su vida, cargada de renuncias personales y servicio público, representa una ética de la responsabilidad que todavía hoy resulta incómoda en tiempos de discursos fáciles.
Que este 20 de junio no sea apenas una jornada con discursos escolares y mástiles engalanados. Que sea también un momento para preguntarnos cuánto hay en nosotros de esa promesa original, la de construir una patria libre, justa y soberana. Como la que Belgrano imaginó bajo su bandera.
(*) Cristian Baquero Lazcano
Profesor e Investigador Universitario. Doctor en Psicología Social. Director de Comunicación de la Asociación Argentina de Ceremonial y Protocolo (ASARP). Especialista en Heráldica y Vexilología. Creador de banderas y escudos oficiales en municipios y comunas de la República Argentina.
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