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La violencia machista de Alberto Fernández y la trampa a la que no tiene que caer el feminismo

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Flor de la V

Por Flor de la V

Como cada entrega, el eje de mis columnas suele ser algún tema relevante que haya sido abordado en medios. En algunos casos, me centro en retomar información que siento que no ha tenido mucha difusión. En otros, en noticias multiplicadas por todos lados que, de tan explotadas, parece que se ha dicho todo lo posible. En estas situaciones, suele ocurrirme algo similar: entro en contradicción sobre qué decir, qué puedo yo aportar y me cuestiono cómo hacerlo sin causar más daño o terminar siendo funcional a lo que yo misma critico. No me interesa ser leña que aviva fuegos de gente que quiere incendiar.

Ya todo el mundo está al tanto de que esta semana Fabiola Yáñez, exprimera dama, confirmó la denuncia de violencia de género contra el expresidente Alberto Fernández. La historia comenzó por la causa de tráfico de influencias y el escándalo de los seguros que involucraba a la secretaria privada de Fernández, María Cantero, y su marido. La justicia incautó el celular de Cantero y al periciarlo descubrió chats y fotos de la exprimera dama Fabiola Yáñez que llamaron la atención del juez Julián Ercolini por considerar posibles actos de violencia de género que involucraban al expresidente de la nación.

Las llamas corrieron con ayuda de algún viento a favor de que todo se quemara: el domingo pasado, Claudio Savoia publicó en Clarin la nota donde por primera vez se mencionaba la frase “violencia de género” en la Quinta de Olivos y a partir de esto, TN comenzó un show televisivo encabezado por la periodista Sandra Borgui que, con una gran puesta en escena, iba narrando con dramatismo y detalles el calvario que habría vivido la exprimera dama. Desde la nota de Claudio Savoia en la que todo eran supuestos y entrecomillados, pasaron tres días hasta que la información se confirmó, Fabiola denunció y se filtraron las fotos y chats que probarían las golpizas del expresidente a su mujer.

El asunto me tuvo toda la semana reflexionando, una mezcla de emociones me invadía: por momentos mucha tristeza, enojo e incertidumbre. Todo es muy penoso y complejo, no puedo dejar de pensar en cómo en uno de los lugares más seguros del país que debería ser la Quinta de Olivos, una mujer vivía un calvario en manos de su marido (el expresidente de nuestro país) ante la vista de todos y nadie hizo nada. No solo las personas que trabajan o guardias de la quinta, tampoco María Cantero, secretaria de Fernández, persona a quien Fabiola Yáñez le pidió ayuda. Si la primera dama no pudo escapar de la violencia doméstica, me es imposible dejar de pensar en las miles de mujeres argentinas que la viven a diario en Argentina y muchas son asesinadas por sus parejas o maridos. ¿Cómo una persona que tuvo la capacidad de pensar y crear el Ministerio de Mujeres y Diversidad pudo cometer semejante atrocidad? Pienso en el cinismo y en la hipocresía del hombre que hablaba en inclusivo. No estamos a salvo en ningún lugar. Se camufla, pero sigue ahí: la violencia doméstica parecería ser como una enfermedad que, a priori, no deja afuera a nadie. No importan la raza, la edad, la religión, la condición social, cultural, socioeconómica ni por lo visto, el rango político. Afecta a todos los estratos sociales. Desde los que más tienen hasta los que menos.

El otro día escuchaba eso de que política y ética deberían ir de la mano, y ya lo creo, así tendría que ser. ¿Alguna vez fue así realmente? ¿Cuándo cambió? Millones de personas votaron a un presidente, como fue el caso de Alberto Fernández, y la entrega de un simple papel en una urna simbolizaba que estaban depositando su confianza para que les mejore la vida. ¿No hacemos eso con nuestro voto, entregar esperanza? Creer en una fuerza política, en una persona honorable que tiene el privilegio gracias a la gente, de ocupar el rango más alto de poder y autoridad. Lamentablemente, no fue así. Este lugar le quedó grande a Alberto Fernández. No le quedó ni una bandera de las que se ufanaba, ni siquiera la del gobierno no corrupto. Y mucho menos la de haber creado el ministerio de Mujeres y Diversidad o de haber sido el gobierno que aprobó la Ley del IVE. Con la denuncia de Fabiola ni estas victorias puede atribuirse.

Sin embargo, creo que es muy importante aclarar que esto no desvaloriza ni mucho menos le quita mérito a quienes acompañamos estas medidas. Las banderas siguen estando altas, no las vamos a arriar. De hecho, de no haber existido, no nos habríamos enterado de nada. Me parece que Ofelia Fernández resume el sentimiento de muchas en sus declaraciones: “No quiero esperar ni especular con estas cosas, jamás lo hice. De cualquier golpeador diría primero que es un hijo de puta. De Alberto Fernández creo también que es un psicópata por haber usado durante años al feminismo y a sus militantes. Y aunque sea molesto ver hoy a muchos soretes que en la vida le creyeron a una mujer que denunciaba querer colgarse de esto mientras se ríen, creo que corresponde hablarles a las miles de pibas a las que hace ya tiempo les pedí que me acompañaran a sumarse a esto que resultó una interminable decepción. Hacerme cargo de haber creído tanta basura pedirles perdón y decirles que la inmensidad de esta decepción tiene que ser la razón por la que aprendizaje mediante y sin creer mucho en nadie volvamos a intentar”.

El desafío es enorme para quienes pensamos que la justicia social es valiosa, para quienes pensamos que los derechos humanos se deben defender, que los derechos de las mujeres se deben consolidar, ampliar no restringir: no debemos caer en la trampa en la que nos quieren atrapar. Por los errores de un hombre o un partido no se va a desmoronar el trabajo que venimos haciendo hace años las feministas. Y a quienes quieren tirar agua para su molino e intentar debilitar las conquistas de las mujeres, les digo: acá estamos para darles batalla.


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Jubilado a la parrilla

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Palazos a los jubilados y corrupción en la mira papal. El retiro de Petronas y la explosión del gasoducto, en la gestión de los ceos de Roca. La nueva vanguardia.
Luis Bruschtein

Por Luis Bruschtein

El Papa criticó la represión a los jubilados y la corrupción en el gobierno; la ONU advirtió por la indefensión de la niñez sumergida en la pobreza; explotó el gasoducto del Norte, y Petronas puso en duda la famosa mayor inversión de la historia. El inminente veto a la ley de financiamiento universitario anunció protestas estudiantiles masivas que se unirán a los jubilados, dos sectores en los que Milei había cosechado en las elecciones. Semana mala para el Presidente que, en contrapartida, consiguió frenar el veto al aumento a los jubilados con ayuda de parte del opoficialismo y es probable que logre una imagen de toda la política enfrentada a Unión por la Patria con la propuesta de reforma política.

Argentina se ha convertido en un país imprevisible, donde resulta imposible precisar la forma como el derrumbe de la economía instrumentado por el gobierno se traslada a las decisiones políticas de los perjudicados. Los jubilados están en el horno. Son los que más perdieron en el ajuste, han sido sus principales víctimas y grupos cada vez más importantes de ellos han encabezado la protesta. Fuera de los grupos movilizados, todos los jubilados se quejan por lo que reciben y por el aumento del transporte y las tarifas, pero no es claro que haya un cambio masivo en las conductas políticas.

Milei ganó con un poco más del 55 por ciento de los votos y en los primeros meses logró aumentar unos puntos más la imagen positiva. En las últimas mediciones su imagen osciló entre el 40 y el 45 por ciento. Quiere decir que perdió más del diez por ciento. No es tanto si se lo compara con los efectos catastróficos de sus medidas sobre la vida de millones.

Esa distorsión entre causa y efecto constituye una incógnita en una sociedad muy intoxicada por discursos de odio, fake news, y una configuración social donde la mayoría de los trabajadores fueron llevados a la informalidad. Cayeron en ese plano por los efectos destructivos del neoliberalismo en las últimas décadas.

La perversión de esa movilidad descendente radicó en que fue disfrazada de elección personal. Una especie de liberación. El kiosquito, el remisse, el flete, la mensajería, la changa, la venta callejera, el trabajo no presencial y otros empleos fueron disfrazados de emprendimientos individuales. El discurso conservador complementó a este “emprendedurismo” con una ideología “meritocrática” que, en esencia es una ilusión porque todo ese universo depende de la producción de riqueza real.

Por más esfuerzo, por más méritos que tenga, ningún resultado lo favorecerá si el resto de la sociedad no genera riqueza real, no produce ni consume bienes. En todos los trabajos vale el esfuerzo y el conocimiento cuando el resto de la economía funciona. De lo contrario, la derecha ordena esas condiciones como una ideología del sometimiento para la explotación por una elite. Ese proceso se montó sobre el antiperonismo extendido en un sector de la sociedad y sobre la decepción que produjo el gobierno de Alberto Fernández.

El resultado ha sido el surgimiento de lo más grotesco de la política y la economía, una mascarada de discurso exótico cargado de odio y fotografías de un pie gordo y colorado, con talco para los hongos. Hay corporaciones que se han favorecido con este despropósito y que se apuran a sacarle todo el jugo porque saben que en algún momento se termina.

El grupo Roca, que buscó usar al gobierno para concretar su reconversión hacia la actividad energética, y ubicó gerentes en puntos estratégicos de la gestión en esa área, encarnó dos desastres con pocos antecedentes de tanta ineptitud como fueron la explosión del gasoducto Norte y la amenaza de Petronas de retirar la inversión milmillonaria que iba a hacer con el gas de Vaca Muerta. La arbitrariedad como se manejó un negocio tan delicado para debilitar al gobernador bonaerense Axel Kicillof, provocó incertidumbre en el gigante malayo.

Esta semana, el escenario pareció sufrir otras distorsiones. En el capitalismo industrial se decía que lo obreros de la industrian eran la vanguardia de las luchas. En los ’90, con el neoliberalismo, aparecieron los movimientos de trabajadores desocupados a la cabeza de la protesta. Y ahora son los trabajadores jubilados.

Primero fue demonizar a los movimientos sociales. Patricia Bullrich creció –tristemente– con la represión a esas marchas de los desocupados y creyó que valía para todos. Pero es difícil demonizar a los jubilados porque los hay en todas las familias. Allí no funcionan las fake news y la difamación porque hay comprobación directa.

Y es cierto que no se movilizan todos los jubilados, sino más bien algunos grupos. Pero la imagen de los garrotazos a esos adultos mayores tiene un efecto subterráneo de terreno minado para el gobierno. Otra imagen de alto impacto fueron los jubilados en la puerta de la residencia de Olivos mientras en el interior se festejaba con un pantagruélico asado el rechazo al aumento de las jubilaciones.

Ha sido una mezcla explosiva que se catalizó con los aumentos siderales de tarifas de los servicios y del transporte, que pasaron de ser caras a ser impagables para los trabajadores. Otra imagen altamente inflamable fueron las filas de personas que caminaban por las vías para eludir los molinetes de los andenes. Y la posterior imagen de esos mismos lugares custodiados por efectivos policiales o por seguridad contratada.

Los tiempos en la sociedad han sido diferentes a los de la política. Hubo una oposición nítida desde el principio desde Unión por la Patria y la izquierda, mientras que el rechazo en la sociedad fue expresándose en protestas aisladas, hasta la situación actual donde las encuestas no miden un cambio importante, en contraste con el cambio fuerte en el ánimo generalizado, al menos en CABA y el conurbano. Otras fuerzas mantuvieron una actitud ambigua porque se sentían comprendidos en parte del discurso oficialista.

Pero la política todavía no pudo dar cuenta de los cambios de humor que se van generalizando. No pudo entender parte de sus limitaciones que interfieren el contacto pleno con esta nueva realidad. Lo que en un momento fue representación, dejó de serlo cuando cambió lo que representaba y no se produjo el mismo cambio en el representante. El mecanismo se manifestó en todos los planos, con el fuerte achicamiento del PRO, la pérdida de identidad de la UCR y los conflictos en el peronismo.

La Iglesia ha sido una gran antena de los humores de la política y de la sociedad. Se mantiene por encima de la política y sólo interviene de manera clara cuando interpreta señales cada vez más fuertes. Las palabras del papa Francisco fueron muy directas con respecto a la represión a los jubilados y más aún sus referencias a la corrupción en el gobierno. La Iglesia nunca se lanza a una pileta vacía. Las palabras que formuló el Papa estuvieron en sintonía con el malhumor extendido.

Milei exhibe déficit cero falseado por deudas impagas. Y un dólar quieto a costa de reservas del Central. Consiguió mandar a la pobreza a casi el 60 por ciento de los argentinos y convertir al país en uno de los más caros en dólares. Cuando el malhumor social entre en contacto con la política, Milei se acaba. Es el tramo que falta recorrer.


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