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El Frente de Todos y la fórmula de un programa

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Eduardo Aliverti

Si hablamos de conejos electorales, el único que queda en la galera se llama Cristina Fernández y el mundo del Frente de Todos (llamémosle, todavía) es en estas horas un palacio, o un circo, de “informaciones” y operaciones cruzadas. Algunas citan que la vice decidió candidatearse, y otras lo desmienten en forma tajante.

Lo mejor es no confiar en nadie hasta que sea CFK quien ratifique o rectifique lo que ya anunció categóricamente.

Los tiempos de la política no siempre se corresponden con las ansiedades externas y hacia su propio interior. Se trata de administrarlos. A veces se lo hace bien. Y a veces, muy mal.

El problema dramático del entramado gobernante, parecido a una oposición de sí mismo, es antes lo que se proyecta que la actualidad.

Si Cristina resolviera presentarse por estimar que la historia sólo le deja espacio para aceptar lo que dijo que no quiere o que le impiden, la conclusión facilista es que se sanseacabó porque el proyecto es ella.

Sin embargo, sí no tiene retorno que también es ella quien manifestó lo inviable de encontrar alguna salida individual, expeditiva, mágica, para el caso encarnada en su persona.

Por eso es inadmisible que ella urja a ponerse de acuerdo en un programa de gobierno y recoja, por toda respuesta, el grito de “Cristina Presidenta”.

No debería interesar, en modo prioritario, que la oposición se haga una fiesta preguntando cómo es posible que siendo gobierno no ejecuten o no acuerden un programa ahora mismo. Y por favor, seamos francos: la oposición lo mira relajada (digamos), pero no hace falta ser un analista profesional para inferir que una mayoría de “la gente” se lo interroga entre sufrida y estupefacta.

Otro tanto vale para los cálculos de tribus K.

Uno de ellos es que “si va Cristina, podríamos arrimar al 40 por ciento. Y la derecha podría dividirse por debajo del 30, para ganar en primera vuelta”.

Increíble, o debería serlo.

De hecho, nada menos que en las presidenciales de 2019, con firme viento de cola, el binomio de ambos Fernández perdió en todos los distritos principales, con excepción de la provincia de Buenos Aires y Tucumán. Perdió contra los cambiemitas en Ciudad, Córdoba, Santa Fe, Mendoza y Entre Ríos.

¿Qué cuenta de locos están sacando para trazar que con un huracán inflacionario de frente se ganaría en las primarias que obran de primera vuelta?

Pero inclusive, contemplando que el loco pueda ser uno, no varía que es Cristina quien convoca a arreglar un programa de emergencia y proyectivo, so pena de que se lleven puesto al país, más que a su figura.

Si es por especulaciones y presunta data (alguna… no tan presunta), hay para hacer varias columnas. No es el objetivo.

Sí vale tomar como entre cierto y verosímil que, si Cristina queda efectivamente descartada como candidata presidencial, quien asoma a la cabeza de expectativas “frentetodistas” es Sergio Massa.

Luego aparece Eduardo «Wado» de Pedro, pero no sobran ni el tiempo ni la plata para poder instalarlo a nivel nacional.

Daniel Scioli tiene una inquebrantable vocación de seguir adelante, pero no se intuye factible que el peronismo/kirchnerismo/progresismo, en su conjunto, vaya a ponerle la garra que ya no le puso en 2015.

Otra chance podría ser Agustín Rossi, un hombre de lealtad demostrada a toda prueba aun con las zancadillas que sufrió, pero ahora resulta que le endilgan ser “albertista”.

Lo del ministro de Economía es mucho más por haberse cargado el equipo al hombro, cuando a mediados del año pasado despuntaba el helicóptero (como señaló textualmente Jorge Ferraresi), que por ser una síntesis ideológica de la vocación gobernante o aliancista.

Massa tiene hambre de poder. No es Alberto Fernández en ese sentido. Juega fuerte en las movidas que hace o dibuja.

Pero tiene el pequeño inconveniente de una inflación disparada con él al frente de la cartera económica, para decirlo con la mayor suavidad.

La hipótesis garabateada en la arena era (¿es?) que Massa podría ofrecerse como el hiperactivo eficiente y capaz de haber contenido el incendio, tras la renuncia de Martín Guzmán.

Después, llegar hacia abril y mayo con un descenso del proceso inflacionario (aquello de que el índice empezaría con 3, lo cual fue un error incomprensible tratándose de que un apostador enérgico jamás anticipa su jugada).

Por último, ser para el FMI, para el establishment local o buena parte de él y, claro, para una porción decisiva del voto fluctuante, el retrato de mejor garantía. ¿De qué? Del “moderado” que puede o podría contener la conflictividad social, porque el peronismo quedaría adentro abarcando el apoyo de la propia Cristina.

Si acaso subsistiera como posible algún punto de ese diseño, no se ve que sea probable. Y como dijo el mismísimo Massa, no es compatible ser candidato y ministro. Por las dudas, su esposa, Malena Galmarini, avisó que “Massa se queda hasta el final, porque el final es cuando se vaya Massa”.

Un Massa que, momentáneamente, no encuentra el eco esperado ni en Washington ni en Brasilia.

El Fondo, además de su ritmo burocrático que está desarticulado con las urgencias argentinas, quiere devaluación. ¿Destinará 10 mil millones de dólares, como desembolso adelantado, a cambio de un profundo agradecimiento nacional?

Lula tiene una gratitud inmensa con Alberto, quien le puso su cuerpo de respaldo cuando estaba preso. Y sabe que Argentina es un socio táctico, regional, de primer nivel. Pero hay mucha diferencia entre eso y que sea un santiamén el apoyo dinerario concreto para prefinanciar las exportaciones brasileñas a un país que no tiene dólares (es decir: los dólares sobran, pero no están en manos del Estado).

Hablando de eso: usar moneda china en lugar de divisas estadounidenses, para importar bienes industriales, es una buena noticia pero no califica festejarlo como una goleada. Afloja la soga al cuello. No es poco. Pero estructuralmente no arregla nada.

Queda como síntesis, no técnica sino política, que el Gobierno está atado con alambre sin que, tampoco, eso signifique abonar un escenario catastrofista.

Pero es imprescindible alguna imagen de unidad que no sea un mero ansiolítico.

Debe ser a fines de lo que dijo CFK, que para “la militancia” es lamentablemente infructuoso porque la oyen. No la escuchan. La miran, pero no la ven. Hay ya varios memes, algunos muy graciosos, que se solazan con la interferencia entre lo que ella dice y cómo se lo traduce desde los deseos de la platea.

¿Se acordaron tarde de que hace falta un programa de gobierno? ¿Tendrían que haberlo pensado y diagramado antes de simplemente ganar en 2019? ¿Abrieron la interna de manera despiadada?

Que sean afirmativas las respuestas a preguntas como ésas, y otras por el estilo, no quita que su convocatoria a acordar ese programa también sea movida prioritaria.

Puede ser veraz que en Argentina no se votan programas, sino liderazgos políticos. Eso también comprende a la oposición, en las actuales circunstancias, porque tampoco tiene una conducción clara. La falsa excepción es Javier Milei, quien solo lidera una franja embroncada pero sin absolutamente ninguna estructura, ni ejecutiva ni parlamentaria, que pudiera sostenerlo en el ejercicio del Gobierno.

Entonces, si se carece de liderazgos firmes, el gesto no suficiente pero sí necesario es presentar una propuesta creíble o asumible como tal, con una candidatura que lo exprese. Y ofrecer alguna medida ejemplar, la que fuere, que recree atención y movilización en los sectores desmoralizados y abatidos.

En el oficialismo, si es por fórmulas, redunda en secundario si es a través de las PASO o con una figura consensuada.

Quizá sea mejor lo segundo porque, como señalaron varios colegas, en el estado actual del peronismo no sería lo más conveniente invitar a los caníbales a comer ensalada.

Y si resultara que el programa y la candidatura convenida tampoco son aptos para convencer ahora y ganar después, al menos se habrá brindado una imagen más digna, más fuerte para enfrentar lo que viniere, más reconstructiva, que la de esta batahola que se ofrece hoy.


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El día después de mañana

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Eduardo Aliverti

Por Eduardo Aliverti

En el fondo, bien en el fondo, casi lo único que hizo Javier Milei este mediodía fue reiterar las frases hechas, tecnocráticas y de aspiración filosófica, que viene recitando hace años en los medios que lo promovieron. No hubo detalles -tampoco cabía esperarlos- del shock bestial que refirió. Eso queda para este lunes, y la semana, en los anuncios del Caputazo.

Las diferencias fueron el marco escenográfico, con una cantidad de público que le aguantó los trapos cubriendo hasta la mitad y poco más la plaza del Congreso. Y, claro está, que ahora es Presidente. No un desencajado televisivo.

Los aspectos anecdóticos son precisamente eso. Haber despreciado a la Asamblea Legislativa sin dirigirle un saludo. Su lectura patética, plagada de furcios y sin la más mínima empatía con la gente que, como señaló un colega, se juntó para escuchar que la inflación y la pobreza se arreglan con más inflación y más pobreza. Hablar de “roll over” y de porcentajes del PBI frente a una multitud: la que estaba y los millones que veían desde sus casas. Insistir con que Argentina es “un baño de sangre” y agregarle que “el que corta, no cobra”. ¿Represión y chau, Milei? ¿O “negociemos”? Más cien años de colectivismo destructor: volvamos al siglo XIX, y con toda la furia al XX pero antes del sufragio universal. Sarmiento y Roca, así dijo el Presidente, en una apelación que no debería subestimarse porque sintoniza -o algo así- con la vocación de libertad emprendedurista de sus votantes.

¿O no? ¿O será eso de que la brutalidad del ajuste vale mientras sea contra un “otro” que no soy yo? De paso: Milei no mencionó la palabra “casta” en ningún pasaje de su discurso.

Sólo la muñeca política del macrimileísmo -o menemismo 2.0, como algunos prefieren llamarle- determinará si lo que asumió hoy es efectivamente el gobierno más débil desde la recuperación democrática.

En las percepciones y números fríos, sin duda lo es.

Yendo en orden cronológico, Milei saltó a los primeros planos de la política, a velocidad de récord, desde el panelismo y las entrevistas televisivas (a más o antes que las redes, lo cual es una polémica no del todo saldada y que hoy, quizás, ya carece de mayor sentido).

Su ascenso meteórico trajo, además, dos novedades que permanecen. Y que siguen invitando a descartar varios o todos los manuales.

La primera es el crecimiento exclusivo alrededor de su única figura. Jamás construyó siquiera un atisbo de partido o estructura. Esto llegó hasta el punto de que su rotundo fracaso en las elecciones provinciales, absolutamente todas, precipitara el apuro de “la cátedra” para diagnosticar que apenas se trataba de un fenómeno mediático y porteño. Humo.

La segunda novedad, empalmada con la anterior, es su ausencia casi completa de territorialidad física.

Hay una inmensa mayoría de provincias, ciudades y zonas que Milei ni apenas pisó, incluso en las rectas finales de primera y segunda vuelta. Siempre se afirmó, en coincidencia prácticamente unánime, que toda fuerza política debía asentarse sobre tres pilares: proyecto, liderazgo y territorio. El tercero sería susceptible de ser anulado, a menos que se lo mude a territorialidad tecnológica, virtual, digital o símiles. Definir eso con precisión puede ser atrapante para la escena semiótica pero, en cualquier caso, queda por detrás de que el contacto físico directo y la organización de aparatos penetrantes ya no son garantía de nada. De hecho, se acumularon montones de campañas en que la fortaleza presencial, los actos de masas, la relación estrecha entre candidatos y pueblo, se han esfumado.

Milei arribó al trance decisivo de las elecciones sin otra expectativa que la revelada por él mismo: alcanzar un piso alrededor del 20 por ciento de los votosy sentirse definitivamente entre las fuerzas del cielo si lograba superar ese volumen en 3 o 4 puntos como mucho.

Si lo que sucedió desde las Primarias lo asombra a él en primer lugar, o si se confesó corriendo muy de atrás por razones de táctica comunicacional, es una discusión estéril.

Lo concreto es que, como quiera que sea, de ninguna manera se preparó para gobernar. Sólo a un desquiciado analítico puede ocurrírsele que se entrena para esa función alguien que eliminó contar con gobernadores, intendentes, esqueleto básico de parlamentarios, preparación para los debates y la lista continúa.

Milei, excepto por el apoyo de sus periodistas gurkas (en el último tramo, porque previo a eso eran “los ensobrados”), dispuso de dos potencias que se confirmaron o descubrieron tan grandes como irreversibles.

Una, la bronca contra la inflación monstruosa en retroalimento con el espíritu gorila tradicional, fijo, alto, muy alto, que se corta las manos antes de votar algo que aun de lejos huela a peronismo. La otra, lo numéricamente auténtico de la base mileísta, es ese 30 por ciento capaz de haber comprado que habría una motosierra contra la casta y que pasaría a cobrar sus sueldos en dólares. Se aceptan refutes de quienes lo consideren una reducción simplota.

Frente a la imposibilidad de armar un Gobierno por su cuenta y por fuera de las frívolas polémicas y operetas en torno a resentimientos personales, Milei debió recurrir al macrismo para llenar casilleros y ni así le es suficiente.

Llega a su mandato con enormes problemas de administración operativa en el Estado. Debe apelar a que en primeras, segundas y terceras líneas subsistan nombres del gobierno que se fue. Le da una mano el cordobesismo, cubriéndole cargos y cajas varias, pero no basta. Y en el Congreso nunca se ha visto fragmentación semejante, ex cambiemitas incluidos o a la cabeza. El símbolo de la Legislatura bonaerense tal vez sea insuperable: La Libertad Avanza tiene 16 miembros y, antes de empezar, ya se rompieron en cuatro bloques, con dos unipersonales.

Es este escenario, junto con las marchas y contramarchas acerca de cómo gestionar el tamaño del ajuste, lo que permite inferir la debilidad inédita de Milei & Cía. Pero las cuentas políticas no se sacan de ese modo.

Néstor Kirchner asumió con casi más desocupados que votantes y produjo una anomalía progresista impactante. Se trataba de un pingüino más bien desconocido y las comparaciones no valen en cuanto a orientación ideológica siendo que, encima, Kirchner era un animal político. Supo articular de entrada con la realidad, y nunca con el mesianismo. Milei está empezando a aterrizar y habrá que ver cómo se las arregla pero, para volver a la cuestión: debilidad inicial no significa necesariamente que chocará de manera inevitable a las primeras de cambio.

A mediano y largo aliento sí no hay incertidumbre. O no debería haberla.

Devaluación; “ordenamiento fiscal” contra los que menos tienen; toma de nueva deuda para reciclar la existente; achique del Estado como regulador de los desequilibrios sociales; tipo de cambio “sincerado”; congelamientos salariales y de la obra pública; emisión reducida hasta límites de irresponsabilidad institucional en todo mecanismo regulatorio del “mercado”, terminan inexorablemente en una catástrofe. No es un pronóstico. Es lo que, con sus variantes secundarias, aconteció con Martínez de Hoz, con Menem y con Macri.

Por tanto, estamos hablando de la velocidad de los plazos.

El envión del ganador y los amigos del campeón son un efluvio, que por cierto no impedirá los negocios que implementarán mientras les dure. Toto Caputo, para no abundar, será un perverso que nos endeudó hasta por cien años, pero no por eso deja de ser un maestro de la timba financiera en beneficio de los suyos.

La pregunta renovadísima es si el nuevo Presidente, en un país con inclinación total al presidencialismo, tendrá estatura política para satisfacer al combo que lo llevó hasta acá. Ese combo que abarca sectores de debajo de la pirámide y clase media que se tiró una cana al aire. Y en medio de una escalada de precios, a especulación pura, que tiene límites imprecisos en cuanto a la capacidad de aguante.

Disculpas por la siguiente obviedad, reiterada a derecha e izquierda.

Con gritos, insultos, eslóganes, auto-referencias de personaje disruptivo y aprovechamiento de la bronca se pueden ganar elecciones.

Gobernar es otra cosa y hoy debutó dejar atrás la adolescencia.


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