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Israel, Irán y la dinámica de lo imprevisible

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Daniel Kersffeld

Por Daniel Kersffeld

Después del ataque terrorista de Hamas el pasado 7 de octubre y de la posterior ofensiva bélica en el territorio de Gaza, la actual confrontación entre Israel e Irán amenaza con convertirse en un hito decisivo en la historia de Medio Oriente, con preocupantes ramificaciones a nivel global.  

Aunque una gran parte de los países europeos y americanos respaldaron a Israel de la reciente agresión con drones y misiles por parte del régimen chiita, eso no oculta ni encubre el aislamiento cada vez mayor en el que se encuentra el gobierno de Benjamin Netanyahu.

Si para las naciones tradicionalmente aliadas, Estados Unidos y Reino Unido, la avanzada israelí en contra de la población palestina resultaba difícil de admitir, la reciente muerte de siete trabajadores humanitarios de la ONG World Central Kitchen por misiles israelíes se convirtió en un llamado de atención directo respecto a los límites que el gobierno de Netanyahu estaba cruzando en medio del fragor de la guerra.

En las actuales circunstancias, el firme respaldo a Israel se convierte en un factor decisivo para los intereses de las principales potencias occidentales.

Pero son cada vez más evidentes las críticas, tanto internas como externas, contra un gobierno que por medio de su accionar bélico demuestra más capacidad para regular los tiempos y administrar su permanencia en el poder que efectividad en el rescate de los más de cien secuestrados que todavía están en manos de Hamas.

En Estados Unidos, demócratas y republicanos lamentan que este conflicto se presente en medio de una campaña electoral extremadamente compleja y, sobre todo, impredecible. Ambos partidos han tratado de capitalizar la crisis en Medio Oriente con suerte dispar pero temiendo una escalada de consecuencias desconocidas.

Joe Biden ha debido hacer malabares, no siempre de manera exitosa, para sostener su postura en contra de Netanyahu y del sesgo adquirido por la ofensiva militar en Gaza. Con una campaña cuesta arriba, intenta hacer equilibrio tratando de no provocar el alejamiento de buena parte de su electorado judío y progresista que, si bien todavía se mantiene leal al Partido Demócrata, suele reaccionar vivamente cuando las críticas apuntan a la política defensiva encarada por Israel.

Por otra parte, y si bien en un principio se podrían señalar las afinidades y coincidencias ideológicas entre Netanyahu y Donald Trump, lo cierto es que su relación está construida en base a resquemores y a la desconfianza mutua. Para el candidato republicano, Netanyahu es un factor de perturbación en Medio Oriente, a quien seguramente preferiría fuera del gobierno si es que vuelve a asumir la primera magistratura en Estados Unidos en enero del 2025.

Más allá del impacto político que la crisis podría provocar en los Estados Unidos, tampoco parecería beneficiar a Rusia. Si desde Washington pudieron mantener una tibia satisfacción al notar los esfuerzos que Moscú deberá llevar adelante para pacificar su tradicional área de influencia, la acción en solitario de Teherán podría en cambio descolocar toda labor posterior para encausar el conflicto en carriles más previsibles.

Es cierto que el conflicto con Ucrania ha sido útil para que Rusia e Irán reforzaran una añeja alianza militar, pero la inevitable respuesta israelí podría desequilibrar a Siria, una de las principales bases despliegue del gobierno de Vladimir Putin en Oriente Medio.

Con todo, desde Occidente esperan no sin cierta expectativa la labor diplomática que pueda ser encarada desde Moscú, ya que Rusia es tal vez el único país con un nivel de influencia apreciable capaz de entablar un diálogo convincente con el régimen chiita pero también con la administración israelí, dadas la histórica relación establecida entre Putin y Netanyahu a partir de determinadas miradas y diagnósticos coincidentes en torno a la política internacional y a la geopolítica regional.

La otra nación sobre la que existe cierto optimismo por las negociaciones que pueda llevar adelante es China, cuyo gobierno mantiene una influencia importante sobre Irán, especialmente, desde que el año pasado favoreció el establecimiento de relaciones diplomáticas entre el Estado persa y Arabia Saudita, los principales rivales en el espacio de religioso y político del islam.

En las últimas horas, varios gobiernos occidentales (incluso los de Estados Unidos y Reino Unido) se comunicaron con Beijing, aprovechando la dependencia del petróleo y el gas proveniente de Irán, y el hecho de que el régimen de los ayatolas ha devenido una pieza fundamental en la expansión económica y comercial de China hacia los mercados europeos.

Pese al aislamiento en que se encuentra y a las presiones de los gobiernos occidentales, Netanyahu todavía se mantiene en el poder gracias a su indudable capacidad para mantener unida a su coalición de gobierno.

Sostenido por 64 de los 120 escaños de la Knesset, el gobierno está construido a partir de una alianza centralizada en el Likud y que además incluye a partidos ultraortodoxos y las vertientes ultranacionalistas lideradas por el ministro de seguridad nacional Itamar Ben-Gvir y por el ministro de finanzas Bezalel Smotrich.

Lo fundamental hoy para Netanyahu es que la coalición se mantenga unida hasta que su mandato oficialmente concluya en 2026. Si la prioridad es la atención económica a los judíos ortodoxos, su principal base electoral, también es consciente de que cualquier concesión a los palestinos podría detonar el alejamiento de la extrema derecha y la pérdida de la mayoría parlamentaria que lo sustenta en el poder.

Más allá de la fortaleza exhibida hasta ahora, Netanyahu sabe que podría ser destituido sin elecciones, mediante un voto de censura en la Knesset. Pero para eso requeriría que al menos cinco legisladores dentro de su coalición votaran en su contra, y que junto al resto de los parlamentarios de la oposición se pusieran de acuerdo sobre un candidato para asumir el cargo de Primer Ministro.

Se trata de una eventualidad que, al menos hasta la actual crisis con Irán, era observada como una posibilidad remota en Israel. En todo caso, habrá que ver si el desencadenamiento de los hechos y la imprevisibilidad de un conflicto que mantiene en vilo a todo el mundo finalmente no acelera los tiempos en contra de la permanencia en el poder de Netanyahu.


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Quién era Ebrahim Raisi, el fallecido presidente de Irán

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El mandatario que murió al caer el helicóptero en el que viajaba era defensor de la ley y el orden, en términos de derecha iraní. Elegido en junio de 2021, había salido fortalecido en las últimas elecciones legislativas.

A partir de mañana comenzarán los funerales del presidente Ebrahim Raisi, electo en 2021 y cuya muerte a los 63 años abre un periodo de incertidumbre política en Irán. Su liderazgo aglutinó a los sectores más conservadores de ese país, que luego de garantizar su apoyo al sucesor del gobierno dejó claro que este hecho no provocará «la mínima perturbación en la administración» del país.

Ataviado siempre con un turbante y un largo abrigo negro religioso, el difunto presidente Ebrahim Raisi, fallecido en un accidente de helicóptero, dirigía Irán desde 2021 en un contexto tenso en el plano internacional y de protestas dentro del país.

Nacido en noviembre de 1960 en la ciudad de Mashad, Raisi fue nombrado fiscal general de Karaj, cerca de Teherán, con tan solo 20 años, tras la victoria de la Revolución Islámica de 1979.

Formó parte del engranaje judicial durante más de tres décadas: fiscal general de Teherán de 1989 a 1994, jefe adjunto de la Autoridad Judicial de 2004 a 2014, año en el que fue designado fiscal general del país.

En 2016, el guía supremo Ali Jamenei lo puso al frente de la poderosa fundación benéfica Astan Quds Razavi, que gestiona el santuario del Imán Reza en Mashad además de un enorme patrimonio industrial e inmobiliario.

Raisi, hombre poco carismático de barba canosa, gafas finas y siempre ataviado con un turbante negro de «seyyed» (descendiente de Mahoma), cursó las clases de religión y de jurisprudencia islámica del ayatolá Jamenei, quien durante su presidencia le brindó apoyo incondicional.

Raisi estaba casado con Jamileh Alamolhoda, profesora de Ciencias de la Educación en la Universidad Shahid-Beheshti de Teherán. Con ella tuvo dos hijas, ambas con títulos de educación superior. Su suegro fue Ahmad Alamolhoda, imán de la oración y representante provincial del guía supremo en Mashad, segunda ciudad del país.

El fallecido presidente era un ayatolá considerado un ultraconservador y un firme defensor de la ley y el orden, en términos de derecha.

Se presentaba como defensor de las clases desfavorecidas y de la lucha contra la corrupción. Inclusive contaba con el apoyo de la principal autoridad, el ayatolá Jamenei, quien al ser enterado de la noticia de la muerte envió un mensaje de calma a la población y aseguró que el suceso no iba a provocar «ninguna perturbación».

Probablemente consciente de que necesitaba unir a una sociedad iraní dividida por la cuestión de las libertades individuales, durante la campaña electoral de 2021 se comprometió a erigirse en defensor de la «libertad de expresión» y de los «derechos fundamentales de todos los ciudadanos iraníes».

Raisi fue elegido el 18 de junio de 2021 en primera vuelta en unos comicios marcados por una abstención récord para unas presidenciales, y en ausencia de ningún rival de peso. Sucedió al moderado Hasan Rohani, que lo había derrotado en las presidenciales de 2017 y que, tras dos mandatos consecutivos, no pudo volver a presentarse.

En marzo de este año, el mandatario salió fortalecido en las legislativas, las primeras elecciones a nivel nacional desde el estallido del movimiento de protesta que sacudió Irán a finales de 2022 a raíz del deceso de Mahsa Amini, una joven que murió tras haber sido detenida por no respetar el código de indumentaria que rige la República Islámica.

Tras esos comicios, el presidente iraní se mostró satisfecho por el «nuevo fracaso histórico infligido a los enemigos de Irán tras los disturbios» de 2022.

En los últimos meses, Raisi se había mostrado como un firme adversario de Israel, enemigo de la República Islámica, apoyando a Hamás desde el 7 de octubre, cuando empezó la guerra en la Franja de Gaza entre el Estado hebreo y el movimiento islamista palestino.

Irán lanzó un ataque inédito el 13 de abril contra Israel, con 350 drones y misiles, la mayor parte de los cuales fueron interceptados con la ayuda de Estados Unidos y de otros países aliados.

Raisi figuraba en la lista negra estadounidense de dirigentes iraníes sancionados por «complicidad» en «graves violaciones de los derechos humanos», unas acusaciones que las autoridades de Teherán rechazan.

Tras su deceso, la constitución iraní prevé que el primer vicepresidente, Mohammad Mokhber, lo remplace hasta la organización de una nueva elección en un plazo máximo de 50 días. El gobierno de Irán aseguró el lunes que la muerte de Raisi no provocará «la mínima perturbación en la administración» del país.


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