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Todo el arco oficialista se encolumnó detrás de Cristina Kirchner

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Funcionarios, gobernadores, legisladores y referentes sociales participaron del acto en Plaza de Mayo. De Pedro, Massa, Máximo Kirchner y Kicillof estuvieron en primera fila. Las especulaciones electorales y las repercusiones del discurso.

Por María Cafferata

«Con lluvia y todo acá estamos», repetían, hasta el hartazgo, el empapado conjunto de intendentes, sindicalistas, legisladores, dirigentes sociales y funcionarios nacionales y bonaerenses que había asistido a escuchar a Cristina Fernández de Kirchner en Plaza de Mayo. Eran casi 300 invitados seleccionados especialmente por la vicepresidenta que, durante la hora que duró su discurso, se encolumnaron en el escenario detrás de CFK mientras, en frente, una multitud coreaba «Una más y no jodemos más». Si bien más de un dirigente kirchnerista admitiría, por lo bajo, haberse quedado con sabor a poco, el mensaje, para la mayoría, había sido claro: candidata o no, CFK era hoy la líder indiscutida del desordenado panperonismo. Respaldada por todo el arco frentetodista – con mención especial a un primer anillo de poder compuesto por «Wado» de Pedro, Sergio Massa, Máximo Kirchner y Axel Kicillof – la ex presidenta oficializó, así, que se había puesto en modo campaña.

Paraguas, capuchas, bolsas de plástico, trompetas, familias intentando acercar (o alejar) el cochecito del escenario, puestos de choripán que le hacían la guerra a una lluvia que, con el correr de la tarde, se iría haciendo cada vez más intensa: la Plaza de Mayo era un caos de liturgia peronista en el que las banderas de las agrupaciones políticas y sociales se entremezclaban con una amplia militancia inorgánica y silvestre. La fiesta patria por el 25 de mayo confluía con el 20 aniversario de la asunción de Néstor Kirchner a la presidencia y por todos lados pululaban, desde el mediodía, pingüinos e imágenes de Néstor y Cristina abrazados. «Yo creí en la política por primera vez con Néstor», relataba la legisladora porteña, Victoria Montenegro, mientras intentaba acercarse a la carpa blanca al lado del escenario que agrupaba, desde las dos de la tarde, a toda la dirigencia que, una hora y media después, participaría del acto junto a CFK. 

Los propios dirigentes no podían ocultar sus expectativas: si bien repetían en público que no creían que la vicepresidenta fuera anunciar la fórmula presidencial, predominaba un runrún de especulaciones en torno a si bendeciría a alguno de los nombres que ya se habían puesto en campaña. «Vamos a ver si por fin dan un indicio de cuál va a ser la fórmula, querido», deslizó la madre de Plaza de Mayo, Taty Almeida, entre las risas de les militantes de Derechos Humanos que la acompañaban a la carpa. 

Durante toda la previa del acto, el nombre que más se repetía era el del ministro de Interior, Eduardo «Wado» de Pedro. «Para nosotros, sería un orgullo que Wado sea el candidato porque es una persona preparadísima. Es un militante y sabe lo que hay que hacer para que cosas como la última dictadura no nos vuelvan a pasar», comenzó, desde temprano, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, a quien se le fueron sumando otros dirigentes políticos y sindicales, como Hugo Yasky y Mariano Recalde. «Cristina conduce. Tenemos que votar al mejor de los nuestros, al mejor de nuestra generación a la que se refirió Cristina», declaró, mientras tanto, la senadora Juliana Di Tullio. Otro de los nombres que se repetía – aunque por lo bajo – era el del gobernador Axel Kicillof, aunque el mismo se encargó de apaciguar los ánimos: «No es tiempo de especulaciones, es momento de preguntarse qué hacer en esta etapa tan complicada», zanjó el gobernador bonaerense, uno de los últimos dirigentes en llegar y, a su vez, el que más aplausos y pedidos de fotos generó con su arribo. 

El mensaje es la foto

Finalmente, CFK no hizo una definición electoral – «Nadie esperaba objetivamente que lo hiciera, aunque en el fondo sí teníamos la esperanza de que lo dijera», admitió un importante dirigente de La Cámpora -, pero la foto que dejó con toda la dirigencia frentetodista encolumnada detrás suyo dio lugar a muchas interpretaciones. En primer lugar, la presencia de todas las tribus oficialistas. Había funcionarios nacionales – como Gabriel Katopodis (Obras Públicas), Daniel Filmus (Ciencia y Tecnología), Tristan Bauer (Cultura) y Fernanda Raverta (ANSES) -, intendentes – como Mayra Mendoza y Mario Secco -, funcionarios bonaerenses – como Andrés «Cuervo» Larroque -, sindicalistas – como Hugo Yasky y Roberto Baradel -, dirigentes sociales – como Grabois y Daniel Menendez -, y numerosos legisladores nacionales y bonaerenses. Había incluso, unos pocos dirigentes albertistas, como Victoria Tolosa Paz y Juan Manuel Olmos, aunque no todos. También gobernadores, pero eran pocos: solo Kicillof, Alicia Kirchner (Santa Cruz) y Ricardo Quintela (La Rioja). El gran ausente era, una vez más, el presidente Alberto Fernández. «Está claro que la que conduce el FdT es Cristina», declaró Secco, al finalizar el acto. «Hoy se abre una nueva etapa en la que Cristina quedó colocada en el centro de toda la estrategia y armado electoral», sumó, a unos pocos metros (e igualmente empapado), Yasky.

La segunda imagen que captó la atención de la dirigencia fue el primer cordón que rodeó, visiblemente, a la vicepresidenta durante todo su discurso: Massa, Wado de Pedro y Máximo Kirchner, a su izquierda, y Kicillof, a su derecha. «Ahí tenés a los cuatro que van a tener el protagonismo del armado electoral», precisó un dirigente que dialoga cotidianamente con la vicepresidenta. La cercanía entre De Pedro y Massa volvió a suscitar teorías sobre una posible fórmula conjunta, aunque la mayoría de la dirigencia kirchnerista coincide en que la posibilidad de una candidatura del ministro de Economía es cada vez más lejana. «Hay encuestas en las que aparece que su imagen sube… debe ser el único con la habilidad de subir en las encuestas mientras la inflación sube», ironizó un legislador cristinista.  

Por fuera del juego interpretativo de las posiciones, la dirigencia kirchnerista que, todavía hoy, canta «Cristina presidenta» coincidió en que el mensaje más fuerte lo dejaba la plaza colmada de gente bajo la lluvia. » Lo importante acá es el nivel de la movilización y el escenario con un peronismo unido con una conducción clara y la militancia satisfecha de seguir viéndola a ella en ese lugar», afirmó Larroque, quien supo ser uno de los principales impulsores del CFK2023, a la salida del acto. A unos metros, su compañera en el gabinete bonaerense, la ministra de Gobierno Cristina Álvarez Rodríguez, agregó: «Ese es el amor del pueblo que no se compra. Con este acto de hoy se empieza a levantar el peronismo porque la gente masivamente se volcó a la calle al encuentro de Cristina».


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Qué le espera al país con Javier Milei como presidente

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La historia muestra que cada vez que gobernó la ortodoxia económica hubo catástrofe social, concentración de la riqueza, endeudamiento extremo, dilapidación de activos públicos, destrucción de la industria, timba financiera, entrega de soberanía y atraso económico. Milei no será la excepción. 

David Cufré

Por David Cufré

«Lamentablemente nuestro punto de partida es muy bajo. Muchos años de desatinos y errores nos han conducido a una situación muy crítica. Es muy difícil que este mes puedan pagarse a tiempo los sueldos de la administración pública. Todavía seguiremos por algún tiempo la pendiente descendiente que recorremos desde hace más de diez años. Dejaremos que cada uno de los habitantes del país viva como pueda y como quiera. Las medidas en curso permiten que podamos lanzar hoy una nueva fórmula: ‘Hay que pasar el invierno’«. El nefasto experimento de Alvaro Alsogaray, ministro de Hacienda de Arturo Frondizi entre 1959 y 1961, que llegó al cargo por presión militar, empezará a repetirse a partir de mañana con Javier Milei como presidente.

Le espera al país lo que ya vivió tantas veces a lo largo de décadas de gobiernos liberales: catástrofe social, concentración de la riqueza, endeudamiento extremo, dilapidación de activos públicos, destrucción de la industria, timba financiera, atraso económico. Cada una de esas experiencias hundió a la Argentina en un pantano del que cada vez resultó más difícil salir. La entrega de soberanía también fue una constante con esos gobiernos. 

Como Alsogaray a mediados del siglo pasado, el endeudador serial Luis «Toto» Caputo sostiene ahora que su gestión como ministro de Economía será muy complicada por «la pesada herencia» que recibe del gobierno que se va. Deja de lado que en su paso anterior por la gestión pública, como ministro de Finanzas, Economía y presidente del Banco Central de Mauricio Macri, llegó al extremo de comprometer a diez generaciones a pagar la deuda que contrajo a cien años.

Esa plata no se usó para la construcción de rutas, centrales eléctricas o nuevas industrias, sino para la especulación financiera. Los dólares se evaporaron en esa fiesta que disfrutaron pocos y pagarán todos los argentinos. También como suele pasar, el gobierno peronista tuvo que reestructurar esos pasivos con el capital financiero internacional y, junto con ello, la deuda monumental que Macri, Caputo y compañía dejaron con el FMI. La desfachatez de Caputo para hablar de pesada herencia es marca registrada de los gobiernos liberales.

La lista

La dictadura de Pedro Eugenio Aramburu, después del golpe de Estado a Juan Domingo Perón en septiembre de 1955, tuvo como uno de sus ministros de Economía emblemáticos al liberal Adalbert Krieger Vasena. Ese gobierno fue responsable de la adquisición de un préstamo con varios bancos europeos que supuestamente se pagaría con el crecimiento económico que generarían las políticas liberales. El resultado fue que el préstamo no se pudo devolver, la Argentina cayó en default y los gobiernos de Europa crearon el Club de París para presionar por los pagos. También a esa administración hay que computarle la incorporación de Argentina al Fondo Monetario Internacional y el alineamiento incondicional con Estados Unidos.

El gobierno que siguió, de Arturo Frondizi, tuvo como ministros de Economía al mencionado Alsogaray y luego al liberal Roberto Alemann, quien en 1981 volvería al Palacio de Hacienda como ministro del dictador Leopoldo Fortunato Galtieri. En 1961 estuvo al frente de una renegociación ruinosa de la deuda con el Club de París y desplegó un plan de ajuste que sumergió a las mayorías populares: hubo despidos y congelamiento de salarios de empleados estatales, aumentos exorbitantes de tarifas de servicios públicos, quita de aranceles a la importación, rebaja de indemnizaciones por despido y acortamiento de licencias por maternidad.

En 1962, días antes del derrocamiento de Frondizi y la asunción de José María GuidoJorge Wehbe llegó por primera vez al Ministerio de Economía. Permaneció en ese cargo apenas un mes y mantuvo la línea del ajuste permanente. Wehbe reapareció como ministro de Economía con Alejandro Agustín Lanusse en 1972, con la misma impronta, y tuvo una tercera participación sobre el final de la última dictadura, en la gestión de Reynaldo Bignone en 1982 y 1983.

En 1962 y 1963, con Guido, se sucedieron como ministros de Economía Alsogaray y José Alfredo Martínez de Hoz. Joe, como lo llamaban, fue exponente principal de la oligarquía terrateniente y la patria financiera, odiador acérrimo de la industria nacional, fanático de la apertura importadora, la desregulación económica y la libertad de mercado. Cada vez que intervino en la gestión pública, el país cayó en graves crisis, terminó endeudado hasta el cuello y su círculo social se enriqueció en la misma proporción.

Después de los tres años de gobierno de Arturo Illia, otro golpe de Estado encabezado por Juan Carlos Onganía nombraría como ministros de Economía otra vez a Krieger Vasena (1967-1969) y a otra figura rutilante de la derecha económica, José María Dagnino Pastore (1969-1970). En esos años se decretó la suspensión de los convenios colectivos de trabajo, se aprobó la ley de hidrocarburos que permitió la participación de empresas privadas en el negocio petrolero, se sancionó la ley de alquileres que facilitó los desalojos, se suspendieron los aumentos de salarios por dos años y se dio impulso a la patria contratista para la realización de obras públicas que antes asumía el Estado. Unas cuantas de esas políticas se repetirán ahora con Milei.

Dictadura

Tras casi dos décadas de exilio forzoso, Perón volvió a ser presidente entre octubre de 1973 y el 1 de julio de 1974, cuando falleció. Fueron apenas ocho meses, pero los resultados de la gestión económica resultaron exitosos. El plan del ministro José Ber Gelbard, quien había sido fundador de la Confederación General Económica (CGE), consistió en una revitalización notable del mercado interno, los salarios, las pymes y las actividades productivas. Hubo una fuerte intervención del Estado en la economía y la imposición de reglas estrictas a capitales nacionales y extranjeros. En 1974 la inflación bajó al 30,2 por ciento, desde el 79,6 de 1972; la desocupación se redujo a solo 2,5 por ciento, desde el 6,1 por ciento del gobierno de Lanusse, y el PIB trepó 6,4 por ciento, desde el 3,5 de dos años antes.

El plan de Gelbard se completó con la firma de un pacto social entre la CGT y la CGE para coordinar precios y salarios, anclar expectativas y habilitar una etapa de expansión económica. Sin embargo, esa estrategia se vino a pique con el fallecimiento de Perón y el pandemónium político que le siguió. 

Gelbard renunció en octubre de 1974 y tras un interregno de ocho meses de Alfredo Gómez Morales, Celestino Rodrigo escaló al Ministerio de Economía. Su número dos y auténtico creador del plan de desestabilización más grande de la historia argentina, Ricardo Zinn, convenció al gobierno de María Estela Martínez de Perón de producir una enorme devaluación, con suba astronómica de tarifas y precios, y los salarios por detrás. Fue allí que se generó una bisagra histórica en el país, porque de ese caos empezó a surgir la economía bimonetaria que aún persiste, con la cobertura permanente en el dólar.

Zinn tenía fuertes vínculos con grupos empresarios, particularmente el Consejo Empresario Argentino, que integraba Martínez de Hoz y que tuvo activa participación desestabilizadora en las semanas previas al golpe del 24 de marzo. 

Después del derrocamiento de Isabelita, la dictadura genocida cívico-militar desplegó con Martínez de Hoz un plan con los siguientes ejes estructurales: liberación de los precios, del mercado cambiario, de las importaciones, de los alquileres, quita de retenciones a las exportaciones, eliminación de subsidios y planes sociales y endeudamiento millonario con el FMI y la banca extranjera.

Ese plan, con sus más y sus menos, fue continuado por sus sucesores, otros conspicuos representantes de la ortodoxia económica: Lorenzo Sigaut, Roberto Alemann, José María Dagnino Pastore y Jorge Wehbe, con los resultados conocidos de destrucción del aparato productivo, incremento de la pobreza y atraso por generaciones.

Menem, De la Rúa, Macri

Después del golpe de mercado que terminó con el gobierno de Raúl Alfonsín en 1989, en el que hubo economía de guerra y más inviernos que primaveras, el menemismo produjo otro quiebre histórico similar al que ahora quiere recrear Milei, con privatizaciones, negociación de la deuda en default a favor de los acreedores, destrucción del Estado y sus capacidades de intervención, reformas estructurales regresivas en materia laboral, previsional e impositiva, endeudamiento a mansalva y afianzamiento de la economía bimonetaria con la convertibilidad. Las consecuencias fueron lamentables para las mayorías populares y rutilantes para los sectores concentrados, con seis años de crisis, desocupación y fractura social, y apenas cuatro en los que Domingo Cavallo pudo disfrutar de una expansión del PIB que solo favoreció a un sector minoritario de la sociedad.

Fernando de la Rúa mantuvo el esquema de la convertibilidad y se hundió con el propio Cavallo en diciembre de 2001. La reaparición de los liberales en la Casa Rosada se dio con Macri, con resultados fáciles de recordar: trajo nuevamente al FMI, tomó deuda en dólares por casi 100 mil millones y el país permaneció casi todo el tiempo en crisis. A eso le sumó la post verdad, que consiste en decir cualquier cosa negando los hechos objetivos. Pero la única verdad es la realidad de que con los liberales, la Argentina no hizo más que retrocederMilei no será la excepción.


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