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Martes 22 de Abril del 2025

INFO. GENERAL

Jubilado a la parrilla

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Palazos a los jubilados y corrupción en la mira papal. El retiro de Petronas y la explosión del gasoducto, en la gestión de los ceos de Roca. La nueva vanguardia.
Luis Bruschtein

Por Luis Bruschtein

El Papa criticó la represión a los jubilados y la corrupción en el gobierno; la ONU advirtió por la indefensión de la niñez sumergida en la pobreza; explotó el gasoducto del Norte, y Petronas puso en duda la famosa mayor inversión de la historia. El inminente veto a la ley de financiamiento universitario anunció protestas estudiantiles masivas que se unirán a los jubilados, dos sectores en los que Milei había cosechado en las elecciones. Semana mala para el Presidente que, en contrapartida, consiguió frenar el veto al aumento a los jubilados con ayuda de parte del opoficialismo y es probable que logre una imagen de toda la política enfrentada a Unión por la Patria con la propuesta de reforma política.

Argentina se ha convertido en un país imprevisible, donde resulta imposible precisar la forma como el derrumbe de la economía instrumentado por el gobierno se traslada a las decisiones políticas de los perjudicados. Los jubilados están en el horno. Son los que más perdieron en el ajuste, han sido sus principales víctimas y grupos cada vez más importantes de ellos han encabezado la protesta. Fuera de los grupos movilizados, todos los jubilados se quejan por lo que reciben y por el aumento del transporte y las tarifas, pero no es claro que haya un cambio masivo en las conductas políticas.

Milei ganó con un poco más del 55 por ciento de los votos y en los primeros meses logró aumentar unos puntos más la imagen positiva. En las últimas mediciones su imagen osciló entre el 40 y el 45 por ciento. Quiere decir que perdió más del diez por ciento. No es tanto si se lo compara con los efectos catastróficos de sus medidas sobre la vida de millones.

Esa distorsión entre causa y efecto constituye una incógnita en una sociedad muy intoxicada por discursos de odio, fake news, y una configuración social donde la mayoría de los trabajadores fueron llevados a la informalidad. Cayeron en ese plano por los efectos destructivos del neoliberalismo en las últimas décadas.

La perversión de esa movilidad descendente radicó en que fue disfrazada de elección personal. Una especie de liberación. El kiosquito, el remisse, el flete, la mensajería, la changa, la venta callejera, el trabajo no presencial y otros empleos fueron disfrazados de emprendimientos individuales. El discurso conservador complementó a este “emprendedurismo” con una ideología “meritocrática” que, en esencia es una ilusión porque todo ese universo depende de la producción de riqueza real.

Por más esfuerzo, por más méritos que tenga, ningún resultado lo favorecerá si el resto de la sociedad no genera riqueza real, no produce ni consume bienes. En todos los trabajos vale el esfuerzo y el conocimiento cuando el resto de la economía funciona. De lo contrario, la derecha ordena esas condiciones como una ideología del sometimiento para la explotación por una elite. Ese proceso se montó sobre el antiperonismo extendido en un sector de la sociedad y sobre la decepción que produjo el gobierno de Alberto Fernández.

El resultado ha sido el surgimiento de lo más grotesco de la política y la economía, una mascarada de discurso exótico cargado de odio y fotografías de un pie gordo y colorado, con talco para los hongos. Hay corporaciones que se han favorecido con este despropósito y que se apuran a sacarle todo el jugo porque saben que en algún momento se termina.

El grupo Roca, que buscó usar al gobierno para concretar su reconversión hacia la actividad energética, y ubicó gerentes en puntos estratégicos de la gestión en esa área, encarnó dos desastres con pocos antecedentes de tanta ineptitud como fueron la explosión del gasoducto Norte y la amenaza de Petronas de retirar la inversión milmillonaria que iba a hacer con el gas de Vaca Muerta. La arbitrariedad como se manejó un negocio tan delicado para debilitar al gobernador bonaerense Axel Kicillof, provocó incertidumbre en el gigante malayo.

Esta semana, el escenario pareció sufrir otras distorsiones. En el capitalismo industrial se decía que lo obreros de la industrian eran la vanguardia de las luchas. En los ’90, con el neoliberalismo, aparecieron los movimientos de trabajadores desocupados a la cabeza de la protesta. Y ahora son los trabajadores jubilados.

Primero fue demonizar a los movimientos sociales. Patricia Bullrich creció –tristemente– con la represión a esas marchas de los desocupados y creyó que valía para todos. Pero es difícil demonizar a los jubilados porque los hay en todas las familias. Allí no funcionan las fake news y la difamación porque hay comprobación directa.

Y es cierto que no se movilizan todos los jubilados, sino más bien algunos grupos. Pero la imagen de los garrotazos a esos adultos mayores tiene un efecto subterráneo de terreno minado para el gobierno. Otra imagen de alto impacto fueron los jubilados en la puerta de la residencia de Olivos mientras en el interior se festejaba con un pantagruélico asado el rechazo al aumento de las jubilaciones.

Ha sido una mezcla explosiva que se catalizó con los aumentos siderales de tarifas de los servicios y del transporte, que pasaron de ser caras a ser impagables para los trabajadores. Otra imagen altamente inflamable fueron las filas de personas que caminaban por las vías para eludir los molinetes de los andenes. Y la posterior imagen de esos mismos lugares custodiados por efectivos policiales o por seguridad contratada.

Los tiempos en la sociedad han sido diferentes a los de la política. Hubo una oposición nítida desde el principio desde Unión por la Patria y la izquierda, mientras que el rechazo en la sociedad fue expresándose en protestas aisladas, hasta la situación actual donde las encuestas no miden un cambio importante, en contraste con el cambio fuerte en el ánimo generalizado, al menos en CABA y el conurbano. Otras fuerzas mantuvieron una actitud ambigua porque se sentían comprendidos en parte del discurso oficialista.

Pero la política todavía no pudo dar cuenta de los cambios de humor que se van generalizando. No pudo entender parte de sus limitaciones que interfieren el contacto pleno con esta nueva realidad. Lo que en un momento fue representación, dejó de serlo cuando cambió lo que representaba y no se produjo el mismo cambio en el representante. El mecanismo se manifestó en todos los planos, con el fuerte achicamiento del PRO, la pérdida de identidad de la UCR y los conflictos en el peronismo.

La Iglesia ha sido una gran antena de los humores de la política y de la sociedad. Se mantiene por encima de la política y sólo interviene de manera clara cuando interpreta señales cada vez más fuertes. Las palabras del papa Francisco fueron muy directas con respecto a la represión a los jubilados y más aún sus referencias a la corrupción en el gobierno. La Iglesia nunca se lanza a una pileta vacía. Las palabras que formuló el Papa estuvieron en sintonía con el malhumor extendido.

Milei exhibe déficit cero falseado por deudas impagas. Y un dólar quieto a costa de reservas del Central. Consiguió mandar a la pobreza a casi el 60 por ciento de los argentinos y convertir al país en uno de los más caros en dólares. Cuando el malhumor social entre en contacto con la política, Milei se acaba. Es el tramo que falta recorrer.


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Francisco, el papa latinoamericano para el mundo

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Murió a los 88 años. Se proyectó como estadista y líder mundial. Nunca perdió su sencillez, predicó a favor de los pobres y descartados, promovió el diálogo y criticó el modelo económico depredador y excluyente. Los cambios que hizo en la Iglesia y lo que dejó pendiente.

Por Washington Uranga

Francisco, el papa latinoamericano que “los cardenales fueron a buscar al fin del mundo” como él mismo lo afirmó, entra en la historia de la Iglesia Católica y de la humanidad como aquella persona que, ejerciendo un liderazgo firme, dentro y fuera de las fronteras institucionales, supo entender los desafíos de la sociedad, desde su lugar ensayó las respuestas a su alcance y, sobre todo, tuvo la capacidad de interpelar a propios y extraños con su mensaje profundamente humano.

De esta manera Jorge Bergoglio logró dejar huella en la vida de muchas personas, también en gran parte de quienes no lo reconocieron como su líder espiritual o religioso. En el escenario de un mundo contemporáneo atravesado por los conflictos y las guerras y, al mismo tiempo, carente de voces y de referentes que iluminen los senderos de la fraternidad entre las personas y los pueblos, Francisco marcó presencia.

Como componente esencial de su misión el Papa predicó y puso en práctica lo que él mismo denominó “la cultura del encuentro”. Porque, como lo escribió en su autobiografía recientemente publicada bajo el título “Esperanza”, “solo quien levanta puentes sabrá avanzar; el que levanta muros acabará apresado por los muros que él mismo ha construido. Ante todo quedará atrapado su corazón”.

Francisco: el hombre común

Se proyectó como estadista y líder mundial, sin perder la sencillez característica de la historia personal de este porteño (“dentro de mi alma me considero un hombre de ciudad”), el mayor de cinco hermanos nacidos todos en el barrio de Floresta en Buenos Aires, y que aún en el Vaticano siguió reconociéndose como “cuervo” por su afición a San Lorenzo. Sin embargo, cuando le anunciaron que en su regreso a la avenida La Plata el nuevo estadio podría llamarse “Papa Francisco” dijo claramente que “la idea no me entusiasma”.

La elección como Papa le cambió la vida a Jorge Bergoglio. Pero una vez convertido en Francisco hizo lo posible por mantener los rasgos de humanidad y de hombre común que hacían que en Buenos Aires, y ya siendo cardenal, siguiera viajando en subte para ir a su despacho en la curia porteña. “Me gusta caminar por la ciudad, en la calle aprendo” decía. Su nueva condición lo obligó a muchas restricciones, pero en lugar de habitar un palacio vaticano eligió vivir en la residencia Santa Marta, una especie de hotel religioso que recibe a obispos y sacerdotes que viajan a Roma por motivos eclesiásticos. Allí trasladó incluso muchas de sus audiencias, sobre todo cuando se encontraba con la gente más cercana por motivos personales o pastorales. Santa Marta fue su casa. Hasta allí le alcanzaron los zapatos “gomicuer” que pidió a sus amigos que le llevaran desde Buenos Aires tras descartar el calzado rojo que usaba su antecesor Benedicto XVI. También desde allí, o desde cualquier lugar del mundo donde estuviera de visita, cada domingo por la noche Francisco cumplía en llamar por teléfono a Buenos Aires a su hermana María Elena, la única sobreviviente de su familia. Ha dicho que no ver a su hermana es de los desprendimientos que más le costó.

Se reconocía como amante de la música y del tango. “La melancolía ha sido compañera una compañera de vida, aunque de manera no constante (…) ha formado parte de mi alma y es un sentimiento que me ha acompañado y que he aprendido a reconocer”.

Desde 1990, a raíz de una promesa religiosa, no volvió a mirar televisión y se mantenía informado por otros medios.

“Plan de gobierno”

La elección de Bergoglio como papa Francisco, que cambió la vida de la Iglesia Católica, también modificó profundamente la manera de relacionarse del catolicismo con la sociedad, en el mundo y en cada país y región.

Ni siquiera los más cercanos, aquellas y aquellos que conocían sus pensamientos y que habían seguido su trayectoria, habrían podido imaginar aquel 13 de marzo de 2013 el «plan de gobierno» que Jorge Bergoglio tenía en su mente cuando fue ungido como máxima autoridad de la Iglesia Católica. Quizás tampoco había pasado por su cabeza esa posibilidad a pesar de la experiencia acumulada en sus años como superior provincial de los jesuitas en Argentina (1973-1979), en plena dictadura militar, o en su tarea como obispo auxiliar (1992-1998) y luego como arzobispo de Buenos Aires (1998-2013).

No pocos sostienen que la vida de Bergoglio tuvo un vuelco fundamental por su participación en la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Aparecida, Brasil, 2007) en la que el entonces arzobispo porteño recibió un baño de ”latinoamericaneidad” en su contacto con sus colegas obispos de la región y, en particular, con los de Brasil. Esto es lo que lo llevó a escribir en sus memorias que “mis raíces son también italianas, pero soy argentino y latinoamericano. En el gran cuerpo de la iglesia universal, donde todos los carismas ‘son una maravillosa riqueza de gracia’, esa iglesia continental tiene unas características de vivacidad especiales, unas notas, colores, matices que también constituyen una riqueza y que los documentos de las grandes asambleas de los episcopados latinoamericanos han manifestado”.

Hasta entonces el “porteño” Bergoglio, como buena parte de los argentinos, se había mantenido distante de América Latina. También en términos eclesiásticos por su cercanía a la “teología de la cultura” que aprendió de su maestro Juan Carlos Scanonne y más alejado de los teólogos de liberación como el peruano Gustavo Gutiérrez o el brasileño Leonardo Boff. Con ambos se encontró y se abrazó después una vez que estuvo en el Vaticano. Bergoglio se hizo latinoamericano en Aparecida. Y con ese bagaje llegó al consistorio que lo eligió Papa.

Pocos días antes de su muerte, la teóloga argentina Emilce Cuda, a quien el Papa llevó a Roma como una de sus más estrechas colaboradoras, fue enfática al señalar que la teología de Franscisco ha sido “la teología” a secas, rescatando las raíces del pensamiento cristiano a lo largo de la historia para ponerla a dialogar con los desafíos de la actualidad de la Iglesia y del mundo.

Referente mundial

El tiempo y sobre todo los gestos de Francisco fueron dejando en claro la propuesta y las huellas que el primer papa latinoamericano deseaba establecer como impronta a su gestión. Fue así que su primer viaje político-pastoral lo llevó hasta Lampedusa, para encontrarse con los inmigrantes ilegales expulsados de su territorio que huyen desesperados en busca de la vida. A ellos y al mundo les reafirmó con un gesto de cercanía y solidaridad su prédica en favor de los pobres, los descartados y de sus derechos.

Desde allí, sin abandonar su impronta religiosa, el Papa comenzó a construir su condición de referente mundial más allá de las fronteras de la Iglesia Católica convirtiéndose en interlocutor de jefes de estado, de dirigentes sociales, políticos y culturales. En un mundo con liderazgos en crisis y enfrentando los desafíos de la realidad Francisco eligió el camino del diálogo y del encuentro con los diferentes, desde la realidad de los pobres y reclamando por sus derechos.

Sus ideas quedaron plasmadas en muchos de sus documentos y alocuciones públicas pero sobre todo en las encíclicas Laudato Si (2015), sobre “la casa común”, el cambio climático y el cuidado de los recursos naturales, y Fratelli Tutti (2020) acerca de la amistad y la fraternidad social.

Pero Francisco fue, de muchas maneras, un líder incómodo, para los gobernantes y los poderosos del mundo. En particular por sus llamadas a atender los problemas de sobre explotación de los recursos naturales en desmedro del cuidado de la naturaleza, las críticas de un modelo económico depredador y excluyente y las advertencias sobre el “descarte” que se evidencia en las migraciones masivas, las guerras y la pobreza creciente.

Los pobres y la guerra

En su transitar Francisco se convirtió en vocero de los descartados y los pobres, pero también en aliado de quienes salieron en defensa de los derechos de estas personas y comunidades. Puede decirse que el discurso pronunciado el 9 de julio de 2015 por el Papa ante el auditorio plural de los movimientos sociales reunidos en Cochabamba (Bolivia), cuyo eje fue su proclama de «las tres T» (tierra, techo, trabajo), constituye una suerte de síntesis doctrinal que, en otro tono y con distinto despliegue, Francisco había expresado de manera sistemática y con base teológica en Laudato Sí. Una gran suma que, a contracorriente de las fuerzas del capitalismo mundial, se alzó en favor de los pobres y sus organizaciones, criticó a los poderes hegemónicos y lanzó un llamado a la paz. Una militancia pacifista que Bergoglio apoyó con sus acciones y las del Vaticano en cada lugar de conflicto en cualquier rincón de la tierra. En esta tarea los movimientos sociales fueron elegidos permanentemente como aliados e interlocutores, convocados y sentados a la mesa de las conversaciones con el Papa.

A través de sus acciones Francisco también consolidó su idea de que a las grandes religiones monoteístas del mundo y a sus dirigentes le cabe la responsabilidad de encontrar salidas a la guerra mundial traducida en multitud de conflictos acotados o guerras regionales por disputas territoriales, cuestiones de soberanía, enfrentamientos políticos, étnicos o raciales. “No existe la guerra inteligente; la guerra solo sabe causar miseria; las armas, únicamente muerte” afirmó.

En octubre de 2022 organizó en Roma un gran encuentro de líderes religiosos mundiales por la paz. Pero antes y después se reunió en Irak, con el Gran Ayatolá Sayyid Ali Al-Husayni Al-Sistani, líder de la comunidad chií del país, en Ulaanbaatar con once líderes de diferentes confesiones y, más recientemente, en Indonesia junto al iman Nasaruddin Umar visitó el ‘túnel de la Amistad’ que conecta la mezquita Istiqlal con la catedral de Nuestra Señora de la Asunción.

En la propia Iglesia

Hacia el interior de la misma Iglesia Católica el papa Francisco impulsó muchas líneas que conectan directamente con iniciativas inauguradas en el Concilio Vaticano II (1962-1965), impulsadas por el papa Juan XXIII (1958-1963 ) y continuadas por Paulo VI (1963-1978), pero que tuvieron frenos y retrocesos con Juan Pablo II (1978-2005) y Benedicto XVI ( 2005-2013).

De esta manera Bergoglio insistió en la idea de “una iglesia de puertas abiertas” con capacidad de acogida para todas y todos, sin ningún tipo de restricciones, en diálogo con la sociedad y enfrentando los problemas comunes. Esto implicó también reformas profundas en las estructuras eclesiásticas, con más espacios para los laicos y en particular para las mujeres, pero también desde una perspectiva eclesiológica que buscó protagonizar el “sacerdocio común de los fieles” incluso antes que el sacerdocio ministerial.

Con esa intención Francisco propició, a través de los sínodos (universal y regionales) una Iglesia más participativa que puso en crisis el modelo estrictamente jerárquico, piramidal y romano céntrico. Ello trajo aparejado también la decisión de enfrentar los problemas de abusos, la pederastia y la corrupción dentro de la estructura eclesiástica.

Bergoglio acompañó este proceso con reformas de la curia vaticana, recambio de los responsables y nuevos nombramientos para rodearse de figuras de su confianza. También hubo cambios mediante la designación de obispos más jóvenes y cercanos a la perspectiva eclesiológica de Francisco.

Nada de esto ocurrió sin resistencias y enfrentamientos. En el mundo, pero también en la Argentina donde paradójicamente los sectores católicos más conservadores, empresarios y representantes del poder que vieron en Francisco la continuidad de un cardenal Bergoglio, que en su momento y sin considerarlo como del propio palo, nunca les resultó incómodo. Rápidamente se sintieron defraudados por las iniciativas y las propuestas del Papa que acentuó los rasgos más latinoamericanistas del entonces cardenal de Buenos Aires y radicalizó su perspectiva en favor de los pobres, de los excluidos y de sus derechos.

El poder se disgustó con Francisco y no lo disimuló. También los sectores conservadores de Iglesia incluidos algunos obispos se sintieron molestos con Bergoglio, aunque estos últimos se mantuvieron dentro de los márgenes de discreción que impone la propia Iglesia.

A nivel mundial también las intrigas y las conspiraciones fueron en aumento. Integrantes del colegio cardenalicio que habían ido a buscar a un papa latinoamericano y seleccionaron a un argentino porque siendo tal era el «más parecido» a los europeos se sintieron frustrados en sus expectativas.

En más de una oportunidad los sectores más conservadores se rasgaron las vestiduras ante lo que consideraron excesivas concesiones de Bergoglio, tanto en sus mensajes como en su estilo pastoral. Francisco no se inquietó demasiado por ello. Siguió tomando decisiones con conciencia de los problemas que enfrentaba e incluso utilizó la energía y el respaldo que le llegaba desde afuera para dar batallas en el seno de la propia Iglesia.

Siempre apareció convencido de la tarea que debía enfrentar: avanzar y profundizar la reforma de la Iglesia hacia una forma de gobierno y de participación más sinodal, más horizontal y plural que renueve la vida del catolicismo.

Si bien se dieron pasos sustanciales en ese sentido, quizás sea esta la tarea inconclusa que deja Francisco y que quedará en manos quien lo suceda en el pontificado. Una designación que dependerá de una elección incierta y sin candidatos a la vista, aun teniendo en cuenta la profunda renovación que Bergoglio hizo en el colegio cardenalicio que escogerá al nuevo papa.


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