SOCIEDAD
Despidos en Clarín: detalles de otro ataque planificado que apunta contra la organización

A un día de cumplirse cuatro años de las 65 cesantías de 2019, la empresa avanzó otra vez contra sus trabajadores. Dejó sin mujeres al área de fotografía y achicó la redacción de las revistas. La resistencia en las calles y el llamado a conciliación obligatoria.
«Hasta el pronóstico deben haber estudiado estos garcas», comentaba una trabajadora mientras caían las primeras gotas en Tacuarí al 1800. Se refería a los dueños de Clarín que, de madrugada y por mail, habían notificado 48 nuevos despidos. En la asamblea convocada de urgencia por el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBa), las banderas celestes y blancas eran el refugio de la lluvia para cientos de personas que se acercaron hasta las puertas de Clarín para revertir otra premeditada provocación de la empresa. Pablo Llonto, abogado y delegado despedido por la corporación mediática más grande del país hace más de 20 años, era uno de los tantos manifestantes. «Estos dueños odian las palabras sindicato y organización. Pero nosotros tenemos algo que ellos nunca van a tener: dignidad para defender nuestros derechos», dijo durante la asamblea. Lo escuchaban de cerca Juan Marino (diputado nacional por el Frente de Todos), Daniel «Tano» Catalano (ATE Capital y CTA), Angélica Graciano y Eduardo López (ambos de Ctera) y Eduardo Montes (La patria es el otro), entre otros.
Para ese momento, las trabajadoras y los trabajadores ya habían votado un paro general por tiempo indeterminado en todo el gremio de prensa hasta que se retroceda con los despidos. El recorte de Héctor Magnetto y compañía en nombre de la «reconversión digital» fue quirúrgico: eligieron trabajadoras y trabajadores comprometidos con la defensa de sus derechos, barrieron con todas las mujeres que quedaban en fotografía y rasuraron buena parte de la redacción de las revistas. «Este es un ataque contra todo el campo popular y van a ir por más», dijo el Negro Montes, también titular de la Federación de Trabajadores de la Economía Social (Fetraes). «Hoy es un día de mucha tristeza, pero este ataque es un golpe a todo el gremio de prensa y al SiPreBa en particular que viene de lograr la personería y lleva adelante un plan de lucha. Pero no nos van a correr el eje: vamos a seguir peleando por los salarios», anticipó Agustín Lecchi, secretario general del gremio.

Foto: Mariano Martino
Entre las banderas, los bombos y las lluvias, pibes y pibas corrían por el cemento de Tacuarí. Estaban con sus padres o madres en un domingo atípico, de resistencia y aprendizaje sindical. Las adhesiones y las muestras de solidaridad seguían creciendo: metrodelegados, sindicato de trabajadores de reparto por aplicación, Utep, Frente Patria Grande, Partido Obrero, AGD UBA y la Defensoria del Público, entre otras. Las oradoras y los oradores también se pusieron a disposición de lo que definieron desde la asamblea de Clarín. «Que nadie se desmoralice, compañeros y compañeros. Esto lo vamos a revertir con apoyo nacional y vamos a luchar hasta que cada persona vuelva a su puesto de trabajo», arengó Carla Gaudensi, secretaria general de la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa que el martes llevará adelante un paro nacional por la recomposición urgente de los ingresos.
En la movilización en Tacuarí al 1800 faltaba Francisco «Paco» Rabini, integrante de la Comisión Interna de Clarín, referente del sindicato y secretario gremial de SiPreBa. «No eligieron este día al azar, no es casual que Paco esté afuera de la Ciudad de Buenos Aires cuando llevan adelante este cínico ataque», repitieron varios oradores para dar a entender la precisión del plan que lleva la firma de Héctor Aranda, CEO de Agea. Los despidos llegaron a falta de 24 horas para que se cumplieran cuatro años exactos de las 64 cesantías de 2019. «Pero se olvidaron de algo central: ahora hay un sindicato para defender a trabajadoras y trabajadores», remarcó Llonto, que también exigió que el Estado actúe para ponerle freno a los salvajes empresarios que tienen nombre y apellido.
Las notificaciones de las cesantías llegaron a los mails corporativos de cada trabajador o trabajadora. Pero inmediatamente después de ser leídos, les bloquearon el acceso sin que tuvieran tiempo para resguardar datos personales, contactos o la información propia del correo electrónico.
Antes de que se sacara la foto final, antes de que se volviera a repetir que al no le gusta la unidad «se jode, se jode», el Ministerio de Trabajo dictó la conciliación obligatoria por 15 días y ordenó suspender los despidos. «Ahora se tienen que sentar a negociar con la Interna y nuestro sindicato. Y sino vamos a volver a movilizar hasta revertir cada despedido», adelantó Lecchi en el cierre de la lluviosa asamblea. «No a los despidos en Clarín» ya se había vuelto un cartel. Ya era consigna de unidad para convocar a la clase trabajadora a ponerle un freno a una empresa que solo ofrece desprecio para sus empleados y empleadas.
«Nos mean encima y los diarios dicen que llueve», describió alguna vez el escritor uruguayo Eduardo Galeano. Los dueños de Clarín podrían suscribir al pie.
RIO TURBIO
Historia de la mujer que estalló una mina en la Patagonia (Río Turbio)

Carlita Rodriguez se convirtió en la primera mujer dentro de los túneles ‘hackeando’ el sistema: usó su DNI con nombre de varón para, una vez dentro, reivindicar su identidad femenina; ahora Keka Halvorsen, que nació en la misma ciudad austral, ha convertido su historia en una película: Miss Carbón.

Carlita se mueve con destreza por las entrañas de la tierra; Keka es más de las estrellas. Las facciones de una se recortan en una melena oscura, suavizadas por una sonrisa a la vez alegre y melancólica, que oculta más de lo que muestra. La belleza de la otra es hegemónica y geográficamente inasible: esbelta, el pelo rubio, la piel clara; un cuerpo dentro de los cánones para una mujer que busca los márgenes. Carlita y Keka son dos reinas de la Patagonia a las que une la historia de una película pero, sobre todo, un rincón estepario del fin del mundo.
Río Turbio es una ciudad dibujada en el mapa por la codicia, por el afán extractivista que impulsaba al ejército argentino, a finales del siglo XIX, a aniquilar indígenas en la llamada Conquista del Desierto. Un país en desarrollo que buscaba expandir sus fronteras y sacar partido de esas tierras que anexionaba. En 1887, dos años después de que se completara aquella campaña de exterminio, se descubrió carbón en la cuenca de un río, y junto a ella nació un poblado en los confines de lo posible: con una temperatura media anual de apenas 5,4?°C (que en invierno se puede acercar incluso a los 20 bajo cero) y donde mandan el viento pertinaz, el barro y, desde entonces, la mina.
Hoy Río Turbio es una ciudad de 11.670 habitantes encajonada entre la mítica ruta 40 y la frontera con Chile, con la mina de carbón más grande del país, que produce de media unas 6.000 toneladas al mes. Pero es también el escenario de una pequeña gran revolución. La de Carla Antonella Rodríguez, que consiguió convertirse en la primera trabajadora dentro de los túneles de Yacimientos Carboníferos de Río Turbio, un lugar que los privilegios masculinos revestidos de superstición habían negado sistemáticamente a las mujeres. Y lo hizo hackeando el sistema desde la lógica misma del binarismo: usando su DNI con nombre de varón como puerta de entrada para, una vez allí, reivindicar su trabajo y su condición femenina. Es lo que cuenta la película Miss Carbón –con guion de Erica Halvorsen y protagonizada por Lux Pascal– que se estrena en las salas de cine este jueves.
“Me soñé minera”
La palabra mina nació en el lunfardo argentino para hablar de una prostituta –un cuerpo al que explotar–, aunque se haya convertido ya en sinónimo coloquial de mujer. Y en esta historia una mujer estalla la mina precisamente para escapar del sino de la explotación –del propio cuerpo o del trabajo en empleos precarios– que persigue a las personas trans. Porque sucede que las minas estaban vetadas en los túneles de Río Turbio. No podían entrar salvo el 4 de diciembre, día en el que la virgen patrocinaba una visita segura, sin temor a que las ínclitas provocaran un derrumbe.
“Yo me negaba a ir. Me parecía muy injusto que fuera solo ese día. La fiesta, además, incluía un concurso de belleza para elegir a la Reina del Carbón. Ahora entiendo que a los hombres les servía tener en exclusiva la principal fuente de trabajo y el dinero; y que las mujeres se limitaran a ser sus esposas o sus prostitutas”, reflexiona Erica, a quien todos conocen como Keka, que dejó el pueblo con 17 recién cumplidos para estudiar en Buenos Aires y hoy es una reconocida guionista y directora, responsable de contenidos de Netflix en el Cono Sur.
“Cuando me fui me di cuenta de que venía de un mundo muy extraordinario. Y también entendí que la ficción me había salvado la vida. En un pueblo donde no había cine, ni disquerías, ni librerías, ni bibliotecas, la televisión era mi ventanita no solo al mundo, sino a mis propios sueños. Porque yo siempre supe que quería contar historias”, explica durante una charla en Madrid, adonde ambas han llegado para el estreno de la película.
Si el futuro de Keka estaba afuera, el de Carlita se abría paso dentro. “La mina siempre me fascinó. Desde que tenía cinco años, me escapaba de casa para ver a los hombres entrar en el túnel. Creo que de alguna manera esa oscuridad era para mí la promesa de un lugar seguro. Un lugar en el que no me vieran y no pudieran hacerme daño”, rememora Carla. Se nota que le duele pensar en esa niña, en esa adolescente que sufrió “demasiado”. “Era una criatura indefensa, ingenua, no necesitaba tanto maltrato, tanta agresión. Recuerdo perfectamente a los que se reían de mí por la calle. A los que me decían: ‘nunca vas a ser una mujer’. Todo eso fue muy duro. Pero lo peor fue la exclusión familiar”, reconoce desviando la mirada.
El ambiente en un pueblo puede ser opresivo, pero mucho más si está en un rincón perdido y en condiciones difíciles. Carlita y Keka lo saben porque son NYC (nacidas y criadas en la cuenca carbonífera). “La Patagonia te curte, te golpea”, dicen casi al unísono. “La gente vive muy hacia adentro, es más distante, de pocas palabras”, describe Keka.
Pero de alguna manera ese entorno hostil te entrena en los desafíos. “Si la nieve te tapa la puerta de casa, no cancelás la vida; abrís la puerta y con una pala te hacés el camino”, ejemplifica Keka. “Estamos muy acostumbradas a lidiar con lo desfavorable”, concede Carlita. “Por eso, como tengamos un poco de viento a favor, no nos para nadie”, exclaman entre risas.
La revolución y las tetas
Carlita entró a trabajar a la mina habiendo hecho ya su transición, y eso le valió muchas veces gestos de desprecio y burla. Pero el golpe definitivo llegó junto con el DNI con su nombre, cuando en 2012 Argentina aprobó la ley de identidad de género. La empresa le quitó su trabajo. Como ya era ‘oficialmente’ mujer, la mandaron con las otras a las oficinas. “Tenés que contar que el cambio de documento lo hiciste por un compromiso colectivo, porque sabías que ibas a sentar un precedente. Para vos era mucho más fácil y cómodo seguir como estabas. Por eso no fue solo un trámite, fue un gesto político”, señala Keka a su compañera.
En las oficinas Carla conoció también el desprecio de esas otras que no la veían como una de ellas. Pero no quería un trabajo administrativo. Quería volver a los túneles. “A ese trabajo y ese sueldo”, apunta Keka. “Creo que ella tenía muy claro su deseo de progreso, su ambición personal. Y está bien decir que las mujeres podemos desear dinero, porque es la llave de la libertad y de la independencia”.
“Hoy hay diez chicas que están trabajando en la mina y eso me llena de orgullo”, señala Carla. “Espero que mi historia sirva para que otra generación de chicas trans piensen que es posible, que podemos cambiar las cosas”, se entusiasma. Ahora ronda por su cabeza la idea de salir de Río Turbio para seguir dando la batalla: “Queda tanto por hacer”, defiende.
“¡Yo quiero ver a Carlita como senadora!”, apunta Keka. Ella sonríe. “¿Por qué no? Ningún señor hetero y conservador se va a ocupar de defendernos”. Lo dice en un momento difícil para las personas trans en Argentina –son unas 200.000, según el último censo– una situación de “alerta constante” frente a un Gobierno de Javier Milei que tiene como bandera el recorte de derechos. “Tenemos que humanizar este mundo que viene en retroceso constante. La revolución es que la vida de los demás también nos importe”, sentencia Carla.
El reencuentro
Keka volvió a Río Turbio en 2019 y su hermana le presentó a Carlita. Ese encuentro se convirtió en una crónica que publicó en la Revista Anfibia y fue el germen de la película que se acaba de estrenar. Parte del rodaje de Miss Carbón se realizó en España, pero tanto para la guionista como para la directora, Agustina Macri, era importante hacerlo también allí y con la participación de su gente.
“Mi ciudad es un lugar mejor hoy gracias a que hicimos esta película. Pero no lo digo por vanidad ni lo digo por mí, sino por la transformación que supuso echar luz sobre esta historia”, señala, categórica, Keka Halvorsen. “Ese mismo pueblo que despreciaba, rechazaba y agredía a Carlita, hoy la admira genuinamente. El rodaje terminó con todo ese pueblo aplaudiéndola”, cuenta mientras las lágrimas empiezan a rodar detrás de sus grandes gafas.
“Revisando su propia historia dentro de la ficción, pusieron a Carlita en otro lugar y se permitieron abrazar algo que rechazaban por ignorancia. No es que esas personas fueran malas y ahora son buenas. Es que se dieron la oportunidad de abrir la cabeza y entender”, apunta todavía emocionada.
Carlita, otra vez, sonríe. “Están todos muy contentos esperando que esta película se estrene –en Argentina esto será en septiembre– Quieren que se vea su pueblo, su trabajo, su mina”, dice consciente de ese reencuentro con los suyos, de un momento nuevo en el que no necesita buscar la oscuridad de los túneles o de la noche para sentirse segura, sino que puede brillar con luz propia ante los demás.
Ser un cuerpo disidente en esa ciudad pequeña al final de la Tierra le marcó unos lindes sofocantes a la existencia de Carlita, pero no a sus anhelos. “Me soñé minera antes que mujer”, asegura. No sabemos qué fue antes, pero sí que consiguió arrancar, a fuerza de pico y pala, tanto un sueño como el otro a las paredes del túnel. (Por Natalia Chientaroli – El Diario.es de España)
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