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Sábado 02 de Agosto del 2025

INFO. GENERAL

Vélez, un gran campeón: pasó por arriba a Huracán y vuelve a reinar

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El equipo de Quinteros dominó durante casi toda la Liga pero tuvo que esperar a la última fecha y, en el momento de la verdad, no falló. Partidazo del central Damián Fernández.

Por Cristian Dellocchio

Después de dos finales perdidas en unos pocos meses, después de un 2023 peleando la permanencia y después de nada menos que 11 años de sequía, Vélez vuelve a ser campeón del fútbol argentino. Lo hizo con total autoridad y no sólo porque lideró la tabla largo y tendido, sino porque en la final disfrazada de última fecha de este domingo lo pasó por arriba a Huracán –el 2 a 0 final tiene mucho de mentiroso– y en simultáneo, a Talleres, que sufría en Rosario ante Newell’s.

En tiempos de victorias ajustadas y planteos poco generosos para el espectador, el equipo de Gustavo Quinteros cerró el año con un golpe sobre la mesa. El DT, de amplio y victorioso recorrido en Sudamérica, apostó por nombres propios de mucha calidad y reinventó al equipo en apenas un año. Claudio Aquino con libertad para inventar, Agustín Bouzat rebautizado como volante central, Braian Romero con la confianza renovada, Valentín Gómez liderando la defensa luego de un pase frustrado a Europa. Y, sobre todo, como suele suceder por Liniers, un plantel con mucho, mucho jugador formado en la casa.

Vélez dependía de sí mismo y, como para no dejar en pie ninguna de las dudas que lo acompañaron por estos días de previa, lo pasó por encima a Huracán en esta final por el título disfrazada de última fecha. Pero no es que el equipo de Gustavo Quinteros saliera a comerse la cancha desde el minuto uno, como pidió minutos antes el ídolo local José Luis Félix Chilavert, micrófono mediante y un discurso de guerrero digno de película épica. «No es el Loco ni el Pato, es el famoso Luis Chilavert», le devolvió su gente, como en las mejores épocas del club. Un adelanto de lo que se vendría.

Hubieron algunos titubeos al principio, sobre todo por parte de Carrizo y Pizzini, cada uno por una banda, con dificultades propias de los nervios, como controlar la pelota o dar un pase donde no hay nadie. Pero claro, del otro lado, Huracán lidiaba con problemas mucho más serios: la ausencia total de una propuesta de juego. Bueno, en realidad, tenía una: lateral largo y que alguno la peine a ver qué pasa. Así, lo más peligroso de la visita fue el dron que se metió de imprevisto con una bandera quemera en lo alto del estadio. Duró poquito igual, ahuyentado por los insultos.

Sin apuros propios ni externos -el 0 a 0 en Córdoba no lo ofendía-, Vélez se adueñó del partido y no se puso rápidamente en ventaja sólo porque Hernán Galíndez se mandó una atajada digna de resumen, no de fin de año, sino de la década. El uno del Globo también respondió bien algunos minutos después, pero esta vez Claudio Aquino sí se sacó la mufa y puso el 1-0 del campeón, que se gritó dos veces por la intervención del VAR.

Ya para este momento la figura indiscutida del partido era el central Damián Fernández, reemplazante del lesionado Mammana. El defensor de 23 años se comió entre dos panes a Wanchope Ábila, limpió toda salida  y se recibió de tiempista con varios cruces. Como si fuera poco, apareció en el segundo palo a eso de los 41 minutos para poner el 2-0 y marcar su segundo gol en Primera. Una actuación para el recuerdo del pibe luego de un año de altibajos.

Curiosamente, la versión más aguerrida de Vélez se vio en la segunda parte. Una declaración de intenciones que sentó la melodía para que arranque el baile: posesiones largas, varios chiches de sus atacantes, el «ole» de la tribuna y muchas situaciones de gol. Huracán, que necesitaba hacer tres goles, deambulaba acá por el Amalfitani por estas alturas y si no se retiró goleado, fue un poco por Galíndez y otro porque Vélez arrancó a festejar bastante antes del final.


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Promesas recicladas, realidades intactas: la Cuenca Carbonífera sigue esperando

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Con el discurso de siempre, Pablo Grasso vuelve a escena con promesas sobre salud y educación en una región marcada por el abandono estructural. La Cuenca Carbonífera, testigo de décadas de frustraciones, aún espera decisiones de fondo mientras el presente se diluye entre anuncios repetidos y políticas que no llegan.

Pablo Grasso, actual intendente de Río Gallegos, extiende su influencia discursiva a la Cuenca Carbonífera. Con tono afable y cargado de buenas intenciones, participa en encuentros sociales en Río Turbio y 28 de Noviembre, donde resalta –una vez más– la salud y la educación como prioridades de gestión. Sin embargo, lo que promete se superpone con lo que ya fue dicho (y no cumplido), mientras la realidad cotidiana de la cuenca evidencia un retroceso sostenido.


Durante más de 30 años, el carbón fue tema de campaña, bandera de lucha y motor de existencia para los habitantes de esta región. Sin embargo, jamás se consolidó una política de Estado seria que pusiera en valor este recurso natural. La usina termelétrica, emblema de desarrollo y símbolo de la resistencia local, se convirtió en una postal de lo que pudo ser. Promesas de reactivación, compras millonarias de equipamiento, compromisos asumidos… todos archivados en el mismo lugar: la desilusión colectiva.


En paralelo, se habla de educación como pilar central, pero cualquier recorrido por los establecimientos escolares de la zona evidencia otra cosa. Edificios vetustos, sin mantenimiento, equipamientos obsoletos, y una infraestructura que dista mucho de cumplir con los estándares mínimos. La palabra «futuro» queda vacía cuando las condiciones del presente son tan precarias.


Y en salud, el panorama no es más alentador. La pandemia dejó al desnudo un sistema hospitalario frágil, con necesidades históricas no atendidas.


La falta de políticas concretas se ve agravada por un contexto nacional que asfixia con recortes y desinversión. La distancia geográfica se traduce en postergación. Pero también hay responsabilidades locales y provinciales que no se pueden seguir eludiendo. Lo que no se hizo en décadas, no se arregla con discursos bien intencionados.


Lo que se percibe, en definitiva, es un peronismo desgastado, sin conducción clara, sin energía transformadora. Una fuerza política que ya no logra enamorar ni convencer. Las intenciones, aunque nobles, no alcanzan. Porque la Cuenca Carbonífera no necesita más promesas: necesita decisiones. Y las necesita ahora.


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