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El lawfare al desnudo y una silenciosa guerra civil

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Por: Ricardo Ragendorfer@Ragendorfer

Si el lawfare es –dicho de un modo técnico– la continuación de la política por otros medios, la Argentina se ha convertido en su vanguardia mundial. Tal vez porque –en contraposición a lo que indican los manuales– su ejercicio ya no es un secreto para nadie. Lo prueba la reciente denuncia del Poder Ejecutivo ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y el pedido de juicio político a los integrantes de la Corte Suprema por ser garantes de su sistematización.

Pero vayamos por partes.

Cabe aclarar que el lawfare no es un invento reciente. Lo prueba el affaire Dreyfus, ocurrido al concluir el siglo XIX. Su víctima: el capitán del ejército francés, Alfred Dreyfus, un oficial judío acusado injustamente por espionaje para la Alemania imperial. Y que terminó en el penal de la Isla del Diablo, en la Guyana Francesa, pese a que en París ya se sabía la identidad del verdadero filtrador. El caso sacudió los cimientos de la Tercera República, además de dividir a la sociedad al compás del incipiente nacionalismo antisemita, entre otras disfunciones políticas alentadas por la prensa amarilla de la época. En defensa del militar se alinearon intelectuales como Bernard Lazare, Georges Clemenceau y Émile Zola, quien el 13 de enero de 1898 publicó en el diario L’Aurore su aún recordado artículo “Yo acuso” (J’Acusse), que contribuyó a torcer el rumbo de los acontecimientos: en 1899, Dreyfus fue indultado por el presidente Émile Loubet. Pero recién en 1906 fue rehabilitado por la Justicia.

Casi once décadas después, la artillería mediático-judicial, enlazada por el hilo invisible del espionaje, comenzó a ser disparada sobre las democracias más inestables de Occidente. Brasil –con el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff y el encarcelamiento de Lula– es al respecto un gran ejemplo.

El lawfare puede tener por objeto desestabilizar gobiernos “populistas” o neutralizar opositores, depende desde donde se aplique. En Argentina, sus primeros signos visibles fueron articulados por el fiscal Alberto Nisman con la denuncia contra CFK y el canciller Héctor Timerman por el “Memorándum de Entendimiento con Irán”. Otro hito: a mediados de 2015, la opereta basada en el falso testimonio del convicto Martín Lanatta para malograr la candidatura bonaerense de Aníbal Fernández. Ya con Mauricio Macri en la presidencia, el laboratorio en la materia fue la provincia de Jujuy con la crucifixión jurídica de Milagro Sala en aras de imponer un ejemplo aplastante de disciplinamiento social. Pero la temporada nacional de esta especialidad comenzó el 15 de abril de 2016 con la citación del juez Claudio Bonadio a la ex presidenta por el tema del dólar a futuro; aquella vez, su llegada al edificio de Comodoro Py se transformó en un acto opositor. Sin embargo, eso no frenó el ímpetu lindante entre la dramaturgia y el revanchismo que el Poder Ejecutivo había empezado a deslizar. A partir de entonces las prisiones preventivas para ex funcionarios fueron moneda corriente, al igual que otros tantos expedientes surgidos de la imaginación de sus instructores. La lista es larga, pero no está de más rescatar dos clásicos: el caprichoso renacer de la denuncia por el “Memorándum” y la instalación del falso “homicidio” de Nisman. Pero el Oscar a la mejor ficción fue para la llamada “causa de las fotocopias”.

En este punto bien vale retrotraerse al mediodía del 10 de diciembre de 2015, cuando el aún flamante presidente leía con tono afable su discurso ante la Asamblea Legislativa. Entonces, tras un leve carraspeo, de pronto, dijo: “En nuestro gobierno no habrá jueces macristas. Y a quienes quieran serlo les digo que no serán bienvenidos si quieren pasar a ser instrumentos nuestros”.

Una salva de aplausos estalló en el recinto.

Días después de tan sabias palabras, designó con un DNU a dos jueces de la Corte Suprema (Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz). Ya por aquellas horas, el apuro del asunto y el desprecio por la división de poderes no eran un dato menor. Tal fue el arranque de la etapa más kafkiana del país, consumada por personajillos difíciles de olvidar.

Sin embargo, nadie fue más pintoresco que el fiscal Guillermo Marijuán. Aquel individuo pequeño y cabezón supo pasar a la historia por ser el artífice de una imagen icónica: las excavadoras abriéndose paso en la inmensidad de un campo patagónico, en busca de un inexistente tesoro kirchnerista.

El fiscal federal Carlos Stornelli resultó ser un abanderado del lawfare. Y con el juez Claudio Bonadio supo idear un sistema confesional basado en la delación asistida. Una mixtura entre el macartismo y la inquisición española a los efectos de encarcelar a todo imputado que no declare lo que ellos querían oír. Así se originó el festival de los arrepentidos.

Pero Stornelli cometió el pecado de tensar la cuerda extorsiva más de lo debido, extendiendo su voracidad procesal hacia la alimentación de presuntas cuentas bancarias a su nombre.

Desde una perspectiva totalizadora, no está de más puntualizar que el lawfare fue concebido como un mecanismo de relojería. Pero apenas basta un desperfecto en alguno de sus engranajes para transformar a sus hacedores en protagonistas de una patética comedia de enredos. En este caso, tal engranaje se llamaba Marcelo D’Alessio. La calamitosa caída en desgracia de aquel tipo jactancioso y bocón dejó al desnudo una red de chantaje y fisgoneo integrada por cabecillas judiciales, periodistas, espías, legisladores y funcionarios del régimen macrista.

Pues bien, luego saltaron a la luz pública otros escandalosos ejemplos: el caso del grupo de espías llamado “Super Mario Bros” y el de la “Gestapo bonaerense” dirigido por la ex gobernadora María Eugenia Vidal.

A esta altura, al carácter clandestino del lawfare ya se le veía todos sus hilos. Aún así, tanto su práctica como sus operadores siguieron incólumes. Lo prueba el bueno de Stornelli, quien –pese a estar procesado por espionaje y extorsión– tuvo recientemente la dicha de dictaminar la anulación de la causa contra el ministro larretista Marcelo D’Alessandro y el operador de la Corte, Silvio Robles, por el escándalo de los chats.

¿Acaso, en este contexto, el fallido atentado a CFK no indicaría que la etapa superior del lawfare es el asesinato?

Lo cierto es que cuando la naturaleza de sus maniobras secretas toma estado público, al generar la reacción defensiva de sus destinatarios, el asunto se transforma en una silenciosa guerra civil.


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Las tres Marchas

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Luis Bruschtein

Por Luis Bruschtein

La primera marcha fue del movimiento obrero, el 24 de enero, contra el DNU, la ley ómnibus y la flexibilización laboral; la segunda fue el 24 de marzo por los derechos humanos. Y esta ha sido la tercera gran marcha contra el gobierno de Javier Milei, movilizada por la comunidad educativa en defensa de la educación pública. Y cada vez fue mayor. El espíritu de la producción y el trabajo representado en los trabajadores, el espíritu moral y ético que simbolizan las Madres y las Abuelas y el espíritu cultural del país que alimentan las escuelas, colegios y universidades, fueron los atacados por este gobierno y los primeros en reaccionar. Hay más que tres marchas en juego, entre las tres, además de su masividad expresan la esencia de un país. Para este gobierno, todo es corrupción, menos los corruptos, a los que concibe como “héroes” que fugan millones, abusan de los precios o especulan en la bicicleta financiera.

El gobierno despreció esta marcha porque —dijeron— la organizaron y participaron los que no quieren la auditoría de las universidades. “Son los que se favorecen con este sistema de corrupción y no quieren perder sus beneficios”, dijeron por la televisión. Y Patricia Bullrich la calificó de “rara”. Defender la universidad que el gobierno quiere cerrar es “raro”. Todo el relato se monta sobre grandes mentiras que se reproducen en las redes hasta el infinito, porque las universidades tienen sus propios sistemas de auditorías.

Pero todo es corrupción, menos los corruptos. Igual que Mauricio Macri, hablan del curro de los derechos humanos y cuando no pueden comprar a los sindicalistas, los acusan de corruptos. Pero la verdadera corrupción, la que sí equivale a un PBI, es la que fugó 400 mil millones de dólares, los dueños de las offshore que reciben a Milei en el Llao Llao, los que colocaron estratégicamente a sus gerentes en las decisiones de política económica y en las empresas del Estado.

Las manos invisibles del mercado no son tan invisibles, pero se ocultan detrás de los ataques a los puntos más sensibles, como los trabajadores, los derechos humanos y la educación. Este país dejaría de existir, se derrumbaría, si destruyeran esos pilares.

La enorme movilización de ayer fue la más grande en muchos años. Las fotos aéreas lo reafirman. La Plaza y las avenidas laterales, más toda la Avenida de Mayo hasta parte de la Plaza de los dos Congresos, las diagonales, Rivadavia e Irigoyen, repletas. Más las grandes movilizaciones que se realizaron en Mar del Plata, Córdoba, Tucumán, Misiones, Mendoza y demás, dejaron en claro que el gobierno tendrá problemas si busca destruir a la educación pública.

En las tres marchas hubo una parte que fue a todas, pero en cada una se suman muchos manifestantes nuevos. Y el que va una vez, ya no se baja, porque el encuentro físico con otras personas que piensan parecido y actúan en común destruye preconceptos y diluye el prejuicio sobre el que se monta todo el discurso antipopular o incluso antimilitante o antipolítico, que son los antis que funcionan como pegamento del relato desarmador de la derecha.

En esta marcha hubo muchísima gente sin encolumnarse. Y había columnas que casi nunca han compartido la calle, como las de agrupaciones peronistas estudiantiles y la Franja Morada del radicalismo. Esa misma mezcla se daba en la muchedumbre.

Es probable que las movilizaciones no le muevan el amperímetro a Milei, que se pasó la tarde en las redes, igual que su vice que trató de humillar a Hebe de Bonafini. Milei confía más en sus modelos matemáticos que, como tales, nunca son la realidad, sino su representación: un modelo de números sin seres humanos, como los que mostró en la cadena nacional de radio y televisión el lunes. Le interesan esos números voladores y no los seres humanos, imperfectos y corrompibles. Pero ojo, las frías matemáticas son manipulables y manipuladas en este caso.

Un detalle que puso en evidencia la diversidad de los manifestantes que asistieron a las marchas fue la profusión de cartelitos caseros. En las marchas anteriores había algunos. Pero ayer estaba plagado de cartelitos con leyendas inventadas por sus portadores, escritos con marcadores de diferentes colores sobre hojas, cartulinas o cartones. Una nota de Página/12, da cuenta de este fenómeno. No hay que pensar demasiado: Si se juntan cientos o miles de maestras y docentes, preparan la marcha como si fuera una clase, con sus cartelitos didácticos o graciosos para sus alumnos. Es difícil imaginar una marcha de ferroviarios, por ejemplo, con cartelitos escritos a mano con marcadores de diferentes colores.

Qué poco conocen el país real estos tipos que gobiernan. Esos cartelitos son una clase en la escuela pública. Nadie las obliga a llevar un cartelito. Es lo que hacen las maestras en su tiempo “libre”, porque es lo que lleva en la sangre el ser docente. “La educación nos hace libre” dice uno que reivindica la verdadera libertad y no la que carajean estos farsantes. Y hay otro que es para reflexionar: ”Lucho por una educación que nos enseñe a pensar y no por una educación que nos enseñe a obedecer”.


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