Municipios al límite: asistencia, aguinaldo y la discusión de fondo

Las palabras de la funcionaria fueron claras y, a la vez, reveladoras del momento que atraviesa la provincia. “Cuando un municipio pide asistencia, está bien, pero tiene que venir con un programa de saneamiento. Si no, no es una asistencia, es permanente el pedido de dinero”, sostuvo. Detrás de esa frase se esconde una realidad estructural que ningún gobierno logró corregir del todo: comunas que sobreviven mes a mes gracias a auxilios extraordinarios, sin capacidad real de planificación ni autonomía financiera.

El planteo oficial choca de frente con una urgencia concreta. Aún no hay fecha confirmada para el pago del aguinaldo y la mayoría de los municipios reconoce, puertas adentro, que no cuenta con recursos propios para afrontarlo. La situación expone un dilema conocido: exigir orden y previsibilidad en un contexto donde lo inmediato —el salario de los trabajadores municipales— se impone como prioridad absoluta.

La advertencia de Elmiger no es menor. El Gobierno provincial está dispuesto a acompañar, pero busca que ese acompañamiento deje de ser un salvavidas permanente y pase a formar parte de un modelo sostenible, con reglas claras y compromisos asumidos por cada gestión local. En otras palabras, asistencia sí, pero con condiciones y objetivos.

El problema es que el tiempo apremia. Mientras se discuten programas de saneamiento, reordenamientos financieros y generación de recursos genuinos, los municipios siguen atrapados en una economía frágil, con estructuras sobredimensionadas y escaso margen de maniobra. La falta de definiciones sobre el aguinaldo es apenas la punta del iceberg de una crisis más profunda.

El desafío, entonces, no pasa solo por transferencias o auxilios extraordinarios, sino por una discusión política de fondo: qué municipios son viables en el esquema actual, qué responsabilidades asumen sus conducciones y hasta dónde puede y debe llegar el Estado provincial para sostener administraciones locales que no logran equilibrar sus cuentas.

Santa Cruz vuelve a enfrentar una tensión conocida: la necesidad de ordenar sin ahogar, de exigir sin abandonar, y de acompañar sin perpetuar la dependencia. El debate está abierto. La pregunta es si, esta vez, se avanzará más allá de las declaraciones.