INFO. GENERAL
Patricia Bullrich y una maraña de palabras para no hacerse cargo de la represión a una niña de diez años

«Nadie gaseó a una nena», dijo sin importarle la evidencia
La ministra de Seguridad no le quedó otra que salir tras el video que da cuenta la operación -promovida desde el Gobierno- para intentar culpar a una supuesta infiltrada de las organizaciones sociales de la agresión a Fabricia el pasado miércoles. Bullrich tropezó con su vocabulario cuando quiso dar su versión del hecho, defendió a su secretaria de Seguridad y hasta ofreció su renuncia.
Consumada la mentira del Gobierno nacional en querer instalar que «una infiltrada» había rociado con gas pimienta a la niña de diez años que estaba en las adyacencias del Congreso y evidenciada la mentira televisada de la secretaria de Seguridad, a Patricia Bullrich no le quedó otra que dar la cara, también por TV, para explicar por qué un agente de la Policía Federal apuntó contra los ojos de Fabricia, la nena que cursa el cuarto grado de la primaria, en la represión policial del miércoles. La ministra de Seguridad tropezó con su vocabulario, al indicar que «nadie gaseó una nena» y que los policías «no ven» producto de que sus cascos le impiden la visión a la hora de apuntar con sus armas. Luego, dijo que su renuncia está a disposición del Presidente.
Con el desafío de contrastrar la evidencia visual, en su relato, Bullrich dijo que «la policía está avanzando y lo que hace es poner atrás a la nena y está tirando gases contra aquellos que habían tirado las vallas». En ese preciso momento, el periodista de LN+ que la entrevista le aclara la nitidez del momento en el que un oficial apunta contra los ojos de la víctima, pero Bullrich insiste en negarlo todo.
INFO. GENERAL
Promesas recicladas, realidades intactas: la Cuenca Carbonífera sigue esperando

Con el discurso de siempre, Pablo Grasso vuelve a escena con promesas sobre salud y educación en una región marcada por el abandono estructural. La Cuenca Carbonífera, testigo de décadas de frustraciones, aún espera decisiones de fondo mientras el presente se diluye entre anuncios repetidos y políticas que no llegan.
Pablo Grasso, actual intendente de Río Gallegos, extiende su influencia discursiva a la Cuenca Carbonífera. Con tono afable y cargado de buenas intenciones, participa en encuentros sociales en Río Turbio y 28 de Noviembre, donde resalta –una vez más– la salud y la educación como prioridades de gestión. Sin embargo, lo que promete se superpone con lo que ya fue dicho (y no cumplido), mientras la realidad cotidiana de la cuenca evidencia un retroceso sostenido.
Durante más de 30 años, el carbón fue tema de campaña, bandera de lucha y motor de existencia para los habitantes de esta región. Sin embargo, jamás se consolidó una política de Estado seria que pusiera en valor este recurso natural. La usina termelétrica, emblema de desarrollo y símbolo de la resistencia local, se convirtió en una postal de lo que pudo ser. Promesas de reactivación, compras millonarias de equipamiento, compromisos asumidos… todos archivados en el mismo lugar: la desilusión colectiva.
En paralelo, se habla de educación como pilar central, pero cualquier recorrido por los establecimientos escolares de la zona evidencia otra cosa. Edificios vetustos, sin mantenimiento, equipamientos obsoletos, y una infraestructura que dista mucho de cumplir con los estándares mínimos. La palabra «futuro» queda vacía cuando las condiciones del presente son tan precarias.
Y en salud, el panorama no es más alentador. La pandemia dejó al desnudo un sistema hospitalario frágil, con necesidades históricas no atendidas.
La falta de políticas concretas se ve agravada por un contexto nacional que asfixia con recortes y desinversión. La distancia geográfica se traduce en postergación. Pero también hay responsabilidades locales y provinciales que no se pueden seguir eludiendo. Lo que no se hizo en décadas, no se arregla con discursos bien intencionados.
Lo que se percibe, en definitiva, es un peronismo desgastado, sin conducción clara, sin energía transformadora. Una fuerza política que ya no logra enamorar ni convencer. Las intenciones, aunque nobles, no alcanzan. Porque la Cuenca Carbonífera no necesita más promesas: necesita decisiones. Y las necesita ahora.
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