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El miedo al 24

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El Gobierno espera con inquietud la marcha del 24. Una ola de ataques y amenazas trató de crear temor antes del acto. La movilización a la que se sumó la CGT se hará en todo el país por los derechos humanos y contra el plan de ajuste.
Luis Bruschtein

Por Luis Bruschtein

A pocos días de lo que se espera será el mayor acto de masas para repudiar al golpe del 24 de marzo de 1976, una hija de desaparecidos fue atacada en su domicilio, la editorial Marea, que publica libros sobre derechos humanos sufrió la embestida brutal de 800 mensajes de odio y Estela de Carlotto denunció que su teléfono estaba intervenido. La defensora de la dictadura, Victoria Villarruel, apareció en una entrevista y el gobierno prepara un video con la tesis de los amigos de los genocidas: “Hubo una guerra donde se produjeron excesos”.

Durante la semana que pasó circuló la versión de tanteos del gobierno en el ámbito judicial para indultar a los genocidas. Pero antes de que la versión se extendiera, la Cámara de Casación advirtió que, por ley, los delitos de lesa humanidad no se pueden indultar.

Aunque no haya indulto, la intención oficial quedó en evidencia. Fue también la confirmación de que este gobierno, además de coincidir con la dictadura en su propuesta económica, también comparte el sesgo autoritario del golpismo, al justificarlo y querer perdonarlo.

El negacionismo y la idea de la “justicia tuerta” surgieron de la imposibilidad de negar las aberraciones cometidas por los represores durante la dictadura cívico-militar que comenzó el 24 de marzo de 1976. A esta altura son inocultables e indefendibles los secuestros, la tortura, la violación a mujeres indefensas, el botín de guerra que se sacaba a los prisioneros, la apropiación de sus hijos y el lanzamiento de personas vivas desde aviones, como parte de un plan sistemático.

No pueden decir que eso no existió. Entonces discuten la cantidad, si nueve mil o 30 mil, cuando en realidad, el horror y la responsabilidad por esos crímenes no varía por su cantidad. Un militar que se rebajó a torturar o a violar a una prisionera en la mesa de tortura tendría que ser una vergüenza para sus camaradas. El secuestro y el asesinato sin juicio no pueden ser aceptados por la sociedad. La apropiación de los hijos de los prisioneros que después serían desaparecidos constituyó un acto repugnante, que debería ser repudiado por los militares que no lo hicieron.

Y si querían juzgar a sus enemigos, deberían haberlo hecho en vez de asesinarlos y desaparecerlos sin darles el derecho a un juicio justo. Porque, a diferencia de lo que hicieron los genocidas, sus enemigos eran civiles que no actuaban usurpando el Estado y, por lo tanto, cualquier cosa que quieran juzgar ahora ya está prescripta para la ley. Los que no prescriben son los delitos cometidos desde el poder político, ya sea una dictadura o un gobierno surgido de elecciones. Está planteado así porque es claro que –mientras no cambie– el poder protegerá a los delincuentes y por lo tanto no hay plazos de prescripción.

Ellos secuestraron, torturaron y desaparecieron sin juzgar a nadie, por lo cual ahora los juzgados son ellos. Pero como ahora son juzgados por esos crímenes y sus enemigos no, porque la mayoría está desaparecida y porque cualquier delito que hubieran cometido estaría prescripto, hablan de “justicia tuerta”.

Y tampoco hubo guerra, como siempre negaron los mismos golpistas cuando estaban en el poder. Hubo represión. La dictadura nunca aceptó que hubiera una guerra.

Ninguna democracia sana se podía fundar sobre la base de ese horror. Ninguna democracia se podía fundar sobre la base del terror que había instalado en la sociedad ese horror de la dictadura. No era tan difícil comprenderlo. Si se quería sentar bases para una democracia duradera había que repudiar y juzgar esos delitos. Con sus limitaciones, con los obstáculos que surgieron, esa fue la razón de los juicios y de la fuerza que tomó la lucha contra la impunidad que habían comenzado las Madres durante la dictadura.

En todo hay política. Las aberraciones cometidas por los genocidas han sido tan probadas y tan claras, que lo politiquero es negarlas, como hacen Javier Milei, Victoria Villarruel y sus cortesanos. Un gobierno democrático no puede justificar que en supuesta defensa de la democracia se cometan esos delitos, como hace este gobierno, porque esa democracia tendrá pies de barro.

En ese sentido, el hecho simbólico de los actos del 24 de marzo, va más allá de los partidos políticos, e incluso de los organismos de derechos humanos, para abarcar a cualquier ciudadano que aspire a vivir en paz y en democracia, con diferencias de pensamiento y hasta con los problemas y los conflictos que deben ser resueltos en ese marco de convivencia.

El pasado llena de significados al presente. No es mirar hacia atrás o quedarse en el tiempo. Porque un gobierno que justifica el terrorismo de Estado en supuesta defensa de la democracia, minimizará el intento de asesinato de Cristina Kirchner, minimizará el ataque a una militante de HIJOS y la revictimizará al decir que es un invento. Es un gobierno que siembra la semilla de la dictadura y la violencia.

El paralelismo entre las políticas económicas de este gobierno y el de la dictadura colaboran en la confluencia de todos los que las repudian. El acto del 24 repudiará el golpismo y el autoritarismo del pasado y del presente y las políticas de ajuste y hambre del pasado y el presente.

El problema más grave en este momento, incluso más que el autoritarismo manifiesto, son los resultados de las medidas económicas que han empobrecido a las clases medias y a millones de pobres los llevó a condiciones inhumanas. El problema más grave es que la inflación se duplicó con este gobierno, que ahogó a las provincias y que está destruyendo la salud y la educación públicas.

Para el gobierno vale cualquier argumento que distraiga la atención del drama económico, social y cultural. No se entienden de otra forma el recrudecimiento de los ataques, las amenazas, la intervención del teléfono de Estela Carlotto o la entrevista a la vicepresidenta y el video que preparan. Por eso la convocatoria al acto del 24 incluyó, como todos los años, una consigna de actualidad con el repudio al plan de ajuste.

A la convocatoria se sumó este año la CGT, junto con las dos CTA y los movimientos sociales. Se convertirá en una enorme demostración de rechazo.

El gobierno ordenó a los medios públicos que no informen sobre la marcha, como ya había ordenado para que no se publicara información sobre los gobernadores de Chubut, Ignacio Torres, o del bonaerense Axel Kicillof. Hubo algún intento de organizar una contramarcha de los libertarios truchos, pero la calle no es su fuerte. Surgieron de las redes, del mundo virtual infestado de mentiras y manipulación. Desprecian la movilización callejera. Ellos confrontan la calle con lo virtual, lo verificable con la noticia falsa.

El gobierno se equivoca al pensar que se trata de un acto de la militancia. El 24 tiene el peso simbólico de las grandes movilizaciones como han sido el 17 de Octubre o el Cordobazo. Es la encarnación del espíritu popular que no se resigna a vivir en el miedo y la injusticia.


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Cuáles son los cambios que exige la oposición para acompañar la Ley Bases y el paquete fiscal

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El debate legislativo de la semana finalizó sin dictamen. El oficialismo ya sabe que los proyectos que se aprobaron en la Cámara de Diputados sufrirán modificaciones. Los cinco puntos clave.

Por María Cafferata

Un Pacto de Mayo sin ley, una ley sin forma. La imposibilidad de dictaminar la Ley Bases no solo enterró la ilusión del acto de unidad con los gobernadores en Córdoba, sino que hundió la fantasía de que el gobierno ya había logrado cerrar un gran acuerdo con la oposición. No hay acuerdo ni borrador final: solo la certidumbre de que los proyectos que se aprobaron en Diputados no serán los mismos que se aprobarán en el Senado. Hay seis senadores opositores cuyas firmas son claves que todavía aguardan una respuesta del oficialismo sobre sus pedidos de modificaciones y, hasta que no tengan una devolución, no dictaminarán nada. La pelota, aseguran, está del lado del gobierno nacional, que tendrá que definir, este fin de semana, qué cambios acepta y cuáles se arriesga a rechazar. En el mientras tanto, nadie, ni el propio gobierno, está seguro de qué forma final tendrán las dos primeras leyes que el Congreso le aprobará a Javier Milei. 

Martín Lousteau (UCR), Pablo Blanco (UCR), Maxi Abad (UCR), Guadalupe Tagliaferri (PRO), Edgardo Kueider (Entre Ríos) y José Carambia (Santa Cruz) son los seis senadores de cuyas firmas depende que las comisiones de Presupuesto, Legislación General y Asuntos Constitucionales puedan dictaminar la Ley Bases y el paquete fiscal para que puedan llegar al recinto. El oficialismo se equivocó al creer que el número estaba garantizado y que, en todo caso, la discusión por la letra chica se resolvería de camino al recinto. Y los senadores se lo están haciendo pagar. Para muchos, la inclusión de Victoria Villarruel en las negociaciones – hasta ahora desplazada – habilitará un diálogo más fluido con un oficialismo que, hasta ahora, estaba fragmentado. El intercambio era, por momentos, contradictorio: el vicejefe de Gabinete, José Rolandi, decía una cosa y el ministro de Interior, Guillermo Francos, decía otra. 

«Que digan lo que quieran, yo no firmo nada». La frase salió de la boca de varios senadores opositores en las últimas 48 horas. Senadores que se sienten empoderados y que, ante la ausencia de ofertas concretas del gobierno – con la excepción de los fondos para la UBA (un guiño directo al radicalismo) -, van acumulando reclamos. El gobierno solo cuenta con siete senadores propios y otros cinco del PRO: está muy lejos de los 37 que necesita para el quórum, por lo que no está en condiciones de ignorar ningún pedido. El problema es que, a medida que pasa el tiempo, los pedidos son cada vez más.

RIGI

A la cabeza de los reclamos está el Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI) que otorga beneficios fiscales exorbitantes por 30 años para todas las empresas extranjeras que inviertan más de 200 millones de dólares. El vocero más elocuente contra el RIGI ha sido Lousteau, pero no está solo: el radical arrastra consigo también las objeciones de Tagliaferri, Blanco, Abad y varias fuerzas provinciales. Una de las mayores críticas es al artículo 163, que anula cualquier normativa provincial que restrinja lo sostenido por el régimen (adhieran o no las provincias). Se reclama, a su vez, establecer un régimen especial para las industrias más chicas – ya que las inversiones por más de 200 millones están pensadas, casi exclusivamente, para la actividad minera y petrolera -, así como algún sistema de «compre argentino» que proteja a la industria local de la apertura de importaciones.

Hay otros senadores, como Kueider, que plantean cambios más de fondo, como la exigencia de encadenamientos productivos locales.

Impuesto a las Ganancias

Si hay un capítulo que no tiene posibilidades de aprobarse sin cambios es la restitución de Ganancias. Los senadores patagónicos exigen incluir un diferencial para la zona – aludiendo a que el costo de vida es mucho mayor que en el resto del país – y reclaman un incremento del piso mínimo del 22 por ciento. Es decir, que pasaría de 1,8 millones a casi 2,2 millones (que es el mínimo que el proyecto sostiene para personas casadas). 

Este punto está casi cerrado con el gobierno nacional, ya que los patagónicos amenazaron con voltearle todo el paquete fiscal si no introduce cambios. Los patagónicos están cerca de sumar unos 48 votos en contra. Es decir, los dos tercios del Senado, lo que obligaría al oficialismo a conseguir la misma mayoría en Diputados para rechazar la modificación (un número que LLA no tiene posibilidades de alcanzar). Dependen de que Unión por la Patria y un par de senadores sin tierra quieran acompañar y están confiados en que lo lograrán. 

Privatizaciones

Era un capítulo que parecía cerrado y que, en la última semana, empezó a acumular varias objeciones. Principalmente por la privatización de dos empresas públicas: Aerolíneas Argentinas y Correo Argentino. Son varios los senadores del Sur que advierten que, si privatizan la línea de bandera, se caerán varias rutas no turísticas de la Patagonia, como ya sucedió en los 90′. El mismo argumento se repite para el Correo Argentino: el temor es que termine habiendo ciudades y pueblos enteros que se queden sin correo si el Estado no lo garantiza. 

Estas objeciones representan un dolor de cabeza para el oficialismo, ya que el capítulo de privatizaciones representa una de las partes centrales de la Ley Bases. En efecto, cuando el proyecto se cayó en febrero en Diputados fue porque el recinto estaba a punto de rechazar las privatizaciones (entonces eran un total de 27, ahora son once). En el oficialismo buscan evitar una «carnicería» del proyecto, pero se enfrentan a una difícil realidad numérica: si los patagónicos repiten el número de Ganancias para privatizaciones podrían terminar blindando también este capítulo frente a posibles modificaciones en Diputados. 

Blanqueo de capitales

Con el tándem Lousteau-Tagliaferri encabezando la avanzada, el gobierno reconoce que introducirá cambios en el capítulo de blanqueo (uno de los más generosos de los últimos años, ya que permite que quienes blanqueen hasta 100 mil dólares no paguen ninguna penalización). Uno de los pedidos es excluir a los hermanos de los funcionarios, así prohibir la posibilidad de que las personas puedan blanquear en nombre de otras (testaferros). Otro de los cambios será ampliar de 5 a 10 años el tiempo que tenga que haber pasado desde que una persona ocupó un cargo público para poder acogerse al beneficio.   

Moratoria previsional

Hay, además, decenas de pedidos de modificaciones que refieren a la reforma de la Ley de Hidrocarburos o la Ley de Procedimiento administrativo, así como a la reforma laboral. Uno de los temas más delicados es, sin embargo, la eliminación de la moratoria previsional. Hoy por hoy, en el Senado no está el número para aprobar este capítulo, que no solo cuenta con el rechazo de UxP o Carambia y Kueider, sino también de la cordobesa Alejandra Vigo, la rionegrina Mónica Silva y la neuquina Lucila Crexell. La gran mayoría de los senadores coinciden en que eliminar la moratoria representaría un duro golpe para las mujeres – 9 de cada 10 no cuenta con los 30 años de aportes – y nadie quiere cargar con ese costo político. Más de un senador pro Ley Bases, incluso, tiene planeado levantar e irse durante la votación para no tener que votar a favor. 


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