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Sábado 21 de Junio del 2025

SOCIEDAD

¿El neofascismo puede ser gobierno?

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Eduardo Aliverti

Por Eduardo Aliverti

El “estallido” de la interna del PRO dominó la agenda publicada, hasta que se difundió el 7,7 inflacionario de marzo. Pero permanece como disparador de debate en los circuitos interesados. Es un hecho quizás sorpresivo por la virulencia con que se manifiesta, pero podría llevar a conclusiones apresuradas sobre sus alcances.

Que la batalla de egos entre sus miembros tenga una altisonancia desconocida, y que se conjeture acerca de rupturas impensadas en ese bloque que parecía sólido, no es necesariamente sinónimo de graves problemas en el rumbo abarcador de la derecha.

Ese camino lo marca antes la aumentada fascistización, de amplios sectores, que las andanzas personales de sus dirigentes.

Yendo de menor a mayor, un dato práctico o presuntamente objetivo es que quien se rompe pierde.

Parece difícil que sea de otra manera en un sistema electoral donde al candidato más votado le basta el 45 por ciento de los sufragios afirmativos para ser Presidente, sin que cuenten los votos en blanco. O más del 40 por ciento, con una diferencia de diez puntos porcentuales respecto del segundo más votado.

En un escenario ya nada asombroso, con coincidencia casi absoluta -hoy- acerca de un electorado genérico de tres tercios entre oficialismo (bajo su sigla Frente de Todos), cambiemitas (en su suma) y Javier Milei (solo), la sentencia de que romper(se) conduce a la derrota no tendría desmentida.

Como dice Jorge Asís, quien es un personaje con definiciones ingeniosas, las encuestas son a esta altura “un ejercicio de adivinación”. Todos los consultores admiten que un 60 por ciento de los requeridos no contesta. Y del 40 que sí lo hace, en tanto los encuestados son internautas o telefónicos, la inmensa mayoría pertenece a núcleos duros que se identifican “a uno y otro lado de la grieta”. Es decir: cazan en el zoológico.

Las encuestas presenciales, bien hechas, son carísimas. Virtualmente no hay porque, además, no se trata del costo por única vez, sino de sostenerlas con periodicidad para obtener tendencias firmes.

Sin embargo, como en las mediciones del rating, no se pueden inventar éxitos donde hay un fracaso. Ni viceversa. Es probable cargar puntitos en más o en menos, pero no alterar las grandes orientaciones generales. Creer a ciegas en las encuestas es tan obtuso como rechazarlas de plano, sin perjuicio de papelones históricos.

Es imposible que sea mentira absoluta el incremento de un actor estrafalario, ya preocupante para la derecha “convencional” (no sólo aquí) debido a las consecuencias impredecibles que sugiere la probabilidad de que gane. Y si acaso se insiste en objetar toda encuesta, ¿no alcanza con lo que mide y proyecta el termómetro popular de la puteada permanente?

Tampoco es increíble que, con Cristina afuera de toda postulación electoral, la interna del Frente de Todos se convierta en una carrera pigmea. Y si Cristina se presentase, mentaríamos un piso alto con un techo insuficiente. Esto es: lo mismo que la llevó a designar un “moderado” como cabeza de fórmula, en 2019.

Y si los cambiemitas se disgregan, también es aceptable que la cariocinesis pueda perjudicarlos.

En otras palabras, a valores del presente estricto y excepto la seguridad de que Milei no para de crecer, “todo” es susceptible de ocurrir.

Empero, caben salvedades.

Milei, quien supo rotular a Macri como un izquierdista de la socialdemocracia, ya aceptó la chance de mirar cariñosamente una alianza con el eje Macri/Bullrich. El ex Presidente obró con la única mentalidad que tiene, la de dueño, y su impopularidad a rajatabla le importa tres pitos. No podría haber sido candidato de ninguna forma.

Pero la Comandante Pato sí expresa un voto indignacionista muy a tono con los vientos que corren.

De base, pasó a quedar en duda que el aparato de Larreta pueda ganarle caminando. El alcalde porteño movió como tenía que mover, al no restarle otra que mostrar autoridad frente a la “extorsión” de Macri. Lo que afuera y adentro llaman “el parricidio” necesario.

Más luego, ¿es inverosímil por completo que Bullrich se corra a candidata a gobernadora bonaerense de Milei candidato a Presidente? ¿O, antes, que le gane la interna a Larreta por obra del clima de época? ¿O, si es derrotada en las primarias, que después sus votos engorden los de Milei?

Es una especulación. No un dato, desde ya, ni nada que se le parezca. Pero ocurre que también pasó a ser incierto -sólo eso: incierto- que en elecciones presidenciales el electorado se corre inevitablemente al centro. Y si fuera Larreta el ganador, ¿qué cambia en el fondo de la cuestión?

Llegada esta instancia de suposiciones atractivas o cansadoras, el tema es que, cualquiera fuere su deriva, no se altera la profundidad del asunto. Estamos hablando de una combustión muy corrida a la derecha. Y no precisamente de una derecha modosita.

Entre otras opiniones fundadas, el sociólogo e investigador Daniel Feierstein lo sintetiza como el peligro de que el neofascismo sea gobierno.

Salió una edición ampliada de su libro “La construcción del enano fascista”, publicado hace cuatro años.

Con ese motivo, en este diario, el lunes pasado, hay una entrevista magnífica de María Daniela Yaccar al autor.

Para gusto de quien firma, uno de los tramos más destacados es aquel en el que Feierstein diferencia tres maneras de ver el fascismo. Plantea, como definición mejor adecuada, la de interpretar a este ¿momento? como “fascismo de práctica social”.

Una primera idea es el fascismo como ideología, relativa a la Europa del siglo XX, que está presente en algunas cosas; pero no en otras de los movimientos que vemos ahora. “Ese fascismo venía de la mano de un nacionalismo expansionista, por ejemplo, que hoy no se ve”.

Una segunda perspectiva, más clásica de las ciencias políticas, es la del fascismo como sistema de gobierno. Un sistema de dominación con una alianza que implica al poder empresarial, los militares, la Iglesia, los sindicatos. Eso, ahora, está completamente ausente.

Lo que tiene más potencia es la mirada del fascismo como práctica social, a partir de tres elementos.

Primero, movilizar a la población en sentido regresivo. No es para conquistar derechos, sino para recortarlos. Podemos verlo en la estigmatización de los beneficiarios de planes sociales.

Un segundo eje es la irradiación capilar del odio. Encontrar algún grupo, o algunos, para dirigir toda nuestra frustración y enojo por la situación de nuestra vida, en lugar de enfrentar las condiciones que hacen que estemos en esta situación.

Y el tercer aspecto citado por Feierstein es la realización de la victoria del capital, que lleva a un profundo incremento de la violencia porque el eje del fascismo es que esos enojos, y esas frustraciones, sean la agresión hacia el grupo o los grupos que son vistos como responsables de nuestro sufrimiento.

“Lo que es novedoso para nosotros consiste en que esa agresión, en la mayoría de los casos, aparece como espontánea. No lo es realmente. Está generada por usinas de promoción y difusión (…) que lleva a cabo cualquiera (…). Un grupo de vecinos, una persona que fue agredida, un hecho de criminalidad común…”. Y periodistas o animadores mediáticos, nos permitimos agregar.

¿En verdad alguien politizado puede creer que esta implosión o explosión social, por ahora “en cuotas”, no es más relevante que la resolución de la interna de la derecha?

Una interna que, termine como termine, en el gobierno será capaz de usufructuar y promover el enfrentamiento de pobres contra pobres, y empobrecidos contra empobrecidos, para ofrecer como justificable el ajuste contra todos ellos. Un ajuste brutal, en comparación con el que rige, y que ya prometieron hacer más rápido.

Esa palabra de la derecha ya está.

Falta la del Gobierno, que aunque parezca el Frente de Todos contra Todos sigue por ahora con todos adentro. ¿Para qué falta esa palabra, y esa acción? Para ver si primero quiere, y después puede, impedir que este neofascismo de práctica social, encima, gane las elecciones.


Avisos

RIO TURBIO

Historia de la mujer que estalló una mina en la Patagonia (Río Turbio)

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Carlita Rodriguez se convirtió en la primera mujer dentro de los túneles ‘hackeando’ el sistema: usó su DNI con nombre de varón para, una vez dentro, reivindicar su identidad femenina; ahora Keka Halvorsen, que nació en la misma ciudad austral, ha convertido su historia en una película: Miss Carbón.

Carlita se mueve con destreza por las entrañas de la tierra; Keka es más de las estrellas. Las facciones de una se recortan en una melena oscura, suavizadas por una sonrisa a la vez alegre y melancólica, que oculta más de lo que muestra. La belleza de la otra es hegemónica y geográficamente inasible: esbelta, el pelo rubio, la piel clara; un cuerpo dentro de los cánones para una mujer que busca los márgenes. Carlita y Keka son dos reinas de la Patagonia a las que une la historia de una película pero, sobre todo, un rincón estepario del fin del mundo.

Río Turbio es una ciudad dibujada en el mapa por la codicia, por el afán extractivista que impulsaba al ejército argentino, a finales del siglo XIX, a aniquilar indígenas en la llamada Conquista del Desierto. Un país en desarrollo que buscaba expandir sus fronteras y sacar partido de esas tierras que anexionaba. En 1887, dos años después de que se completara aquella campaña de exterminio, se descubrió carbón en la cuenca de un río, y junto a ella nació un poblado en los confines de lo posible: con una temperatura media anual de apenas 5,4?°C (que en invierno se puede acercar incluso a los 20 bajo cero) y donde mandan el viento pertinaz, el barro y, desde entonces, la mina.

Hoy Río Turbio es una ciudad de 11.670 habitantes encajonada entre la mítica ruta 40 y la frontera con Chile, con la mina de carbón más grande del país, que produce de media unas 6.000 toneladas al mes. Pero es también el escenario de una pequeña gran revolución. La de Carla Antonella Rodríguez, que consiguió convertirse en la primera trabajadora dentro de los túneles de Yacimientos Carboníferos de Río Turbio, un lugar que los privilegios masculinos revestidos de superstición habían negado sistemáticamente a las mujeres. Y lo hizo hackeando el sistema desde la lógica misma del binarismo: usando su DNI con nombre de varón como puerta de entrada para, una vez allí, reivindicar su trabajo y su condición femenina. Es lo que cuenta la película Miss Carbón –con guion de Erica Halvorsen y protagonizada por Lux Pascal– que se estrena en las salas de cine este jueves.

“Me soñé minera”

La palabra mina nació en el lunfardo argentino para hablar de una prostituta –un cuerpo al que explotar–, aunque se haya convertido ya en sinónimo coloquial de mujer. Y en esta historia una mujer estalla la mina precisamente para escapar del sino de la explotación –del propio cuerpo o del trabajo en empleos precarios– que persigue a las personas trans. Porque sucede que las minas estaban vetadas en los túneles de Río Turbio. No podían entrar salvo el 4 de diciembre, día en el que la virgen patrocinaba una visita segura, sin temor a que las ínclitas provocaran un derrumbe.

“Yo me negaba a ir. Me parecía muy injusto que fuera solo ese día. La fiesta, además, incluía un concurso de belleza para elegir a la Reina del Carbón. Ahora entiendo que a los hombres les servía tener en exclusiva la principal fuente de trabajo y el dinero; y que las mujeres se limitaran a ser sus esposas o sus prostitutas”, reflexiona Erica, a quien todos conocen como Keka, que dejó el pueblo con 17 recién cumplidos para estudiar en Buenos Aires y hoy es una reconocida guionista y directora, responsable de contenidos de Netflix en el Cono Sur.

“Cuando me fui me di cuenta de que venía de un mundo muy extraordinario. Y también entendí que la ficción me había salvado la vida. En un pueblo donde no había cine, ni disquerías, ni librerías, ni bibliotecas, la televisión era mi ventanita no solo al mundo, sino a mis propios sueños. Porque yo siempre supe que quería contar historias”, explica durante una charla en Madrid, adonde ambas han llegado para el estreno de la película.

Si el futuro de Keka estaba afuera, el de Carlita se abría paso dentro. “La mina siempre me fascinó. Desde que tenía cinco años, me escapaba de casa para ver a los hombres entrar en el túnel. Creo que de alguna manera esa oscuridad era para mí la promesa de un lugar seguro. Un lugar en el que no me vieran y no pudieran hacerme daño”, rememora Carla. Se nota que le duele pensar en esa niña, en esa adolescente que sufrió “demasiado”. “Era una criatura indefensa, ingenua, no necesitaba tanto maltrato, tanta agresión. Recuerdo perfectamente a los que se reían de mí por la calle. A los que me decían: ‘nunca vas a ser una mujer’. Todo eso fue muy duro. Pero lo peor fue la exclusión familiar”, reconoce desviando la mirada.

El ambiente en un pueblo puede ser opresivo, pero mucho más si está en un rincón perdido y en condiciones difíciles. Carlita y Keka lo saben porque son NYC (nacidas y criadas en la cuenca carbonífera). “La Patagonia te curte, te golpea”, dicen casi al unísono. “La gente vive muy hacia adentro, es más distante, de pocas palabras”, describe Keka.

Pero de alguna manera ese entorno hostil te entrena en los desafíos. “Si la nieve te tapa la puerta de casa, no cancelás la vida; abrís la puerta y con una pala te hacés el camino”, ejemplifica Keka. “Estamos muy acostumbradas a lidiar con lo desfavorable”, concede Carlita. “Por eso, como tengamos un poco de viento a favor, no nos para nadie”, exclaman entre risas.

La revolución y las tetas

Carlita entró a trabajar a la mina habiendo hecho ya su transición, y eso le valió muchas veces gestos de desprecio y burla. Pero el golpe definitivo llegó junto con el DNI con su nombre, cuando en 2012 Argentina aprobó la ley de identidad de género. La empresa le quitó su trabajo. Como ya era ‘oficialmente’ mujer, la mandaron con las otras a las oficinas. “Tenés que contar que el cambio de documento lo hiciste por un compromiso colectivo, porque sabías que ibas a sentar un precedente. Para vos era mucho más fácil y cómodo seguir como estabas. Por eso no fue solo un trámite, fue un gesto político”, señala Keka a su compañera.

En las oficinas Carla conoció también el desprecio de esas otras que no la veían como una de ellas. Pero no quería un trabajo administrativo. Quería volver a los túneles. “A ese trabajo y ese sueldo”, apunta Keka. “Creo que ella tenía muy claro su deseo de progreso, su ambición personal. Y está bien decir que las mujeres podemos desear dinero, porque es la llave de la libertad y de la independencia”.

“Hoy hay diez chicas que están trabajando en la mina y eso me llena de orgullo”, señala Carla. “Espero que mi historia sirva para que otra generación de chicas trans piensen que es posible, que podemos cambiar las cosas”, se entusiasma. Ahora ronda por su cabeza la idea de salir de Río Turbio para seguir dando la batalla: “Queda tanto por hacer”, defiende.

“¡Yo quiero ver a Carlita como senadora!”, apunta Keka. Ella sonríe. “¿Por qué no? Ningún señor hetero y conservador se va a ocupar de defendernos”. Lo dice en un momento difícil para las personas trans en Argentina –son unas 200.000, según el último censo– una situación de “alerta constante” frente a un Gobierno de Javier Milei que tiene como bandera el recorte de derechos. “Tenemos que humanizar este mundo que viene en retroceso constante. La revolución es que la vida de los demás también nos importe”, sentencia Carla.

El reencuentro

Keka volvió a Río Turbio en 2019 y su hermana le presentó a Carlita. Ese encuentro se convirtió en una crónica que publicó en la Revista Anfibia y fue el germen de la película que se acaba de estrenar. Parte del rodaje de Miss Carbón se realizó en España, pero tanto para la guionista como para la directora, Agustina Macri, era importante hacerlo también allí y con la participación de su gente.

“Mi ciudad es un lugar mejor hoy gracias a que hicimos esta película. Pero no lo digo por vanidad ni lo digo por mí, sino por la transformación que supuso echar luz sobre esta historia”, señala, categórica, Keka Halvorsen. “Ese mismo pueblo que despreciaba, rechazaba y agredía a Carlita, hoy la admira genuinamente. El rodaje terminó con todo ese pueblo aplaudiéndola”, cuenta mientras las lágrimas empiezan a rodar detrás de sus grandes gafas.

“Revisando su propia historia dentro de la ficción, pusieron a Carlita en otro lugar y se permitieron abrazar algo que rechazaban por ignorancia. No es que esas personas fueran malas y ahora son buenas. Es que se dieron la oportunidad de abrir la cabeza y entender”, apunta todavía emocionada.

Carlita, otra vez, sonríe. “Están todos muy contentos esperando que esta película se estrene –en Argentina esto será en septiembre– Quieren que se vea su pueblo, su trabajo, su mina”, dice consciente de ese reencuentro con los suyos, de un momento nuevo en el que no necesita buscar la oscuridad de los túneles o de la noche para sentirse segura, sino que puede brillar con luz propia ante los demás.

Ser un cuerpo disidente en esa ciudad pequeña al final de la Tierra le marcó unos lindes sofocantes a la existencia de Carlita, pero no a sus anhelos. “Me soñé minera antes que mujer”, asegura. No sabemos qué fue antes, pero sí que consiguió arrancar, a fuerza de pico y pala, tanto un sueño como el otro a las paredes del túnel. (Por Natalia Chientaroli – El Diario.es de España)


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